Los colegiales inundan las calles después de sus clases de mediodía y Juan Carlos Moya, un hombre culto y conversador, llega en su automático blanco, se baja con su pequeño bolso negro terciado a la bandolera y busca un espacio para sentarse y hablar de su más reciente novela, El sueño del arcángel. La luz natural se derrama por los grandes ventanales de la sala de hotel. “Este sitio está lindo”, dice y se sienta.

Hace ocho años publicó Caballos en la niebla, su primera novela, que entró en el mundo de la literatura con armadura propia, abordando el suicidio con pulcritud y respeto, con los páramos nubosos del Cotopaxi como escenario.

En 2019, más maduro, con más laberintos incursionados en las letras, se lanza -primero a los lindes de Quito, luego a la ciudad misma- para crear en ella un ambiente fúnebre, siniestro y hasta apocalíptico. Es su segunda novela: El sueño del arcángel, que ganó el mismo año de su publicación el Premio Nacional de Literatura de la Casa de la Cultura de Guayaquil.

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Dueño de una prosa musical, bien cuidada, Moya se ensaña con la capital como si se tratara de una urbe desconocida o inexistente; no es la ciudad que ostenta el título de Luz de América. En la urbe de Moya abunda la penumbra.

Un año antes de la pandemia del COVID-19, Moya vaticinó la presencia de un virus que ataca a la humanidad. “Algún día se propagará un virus entre nosotros, los hijos bastardos del cielo, y escupiremos sangre de nuestros pulmones. Nos arrastraremos de rodillas infectados. Se pudrirán nuestros cadáveres en las salas de emergencia o en las calles calientes. Solo una peste puede aniquilar a otra peste”, reza en el capítulo seis.

Gabriel es un hombre con el rostro desfigurado, obsesionado con Ivonne Casanova, una mujer que ama el cine y que aparece degollada en el Parque Metropolitano. El drama de estos dos personajes se desenvuelve entre monstruos, asesinos, suicidas, prostitutas, empresarios, brujas, guardias, ratas, tormentas, iglesias, ríos, calles…

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¿Por qué crees que se debe leer El sueño del arcángel?

Me gustaría que mi novela hubiera sido leída por una persona muy entrañable: mi abuela Zoila. Ella es la primera escritora en mi familia. Una mujer parcialmente ciega que, en mi infancia, en las noches de tormentas eléctricas en Mulaló, al pie del volcán Cotopaxi, me contaba, con un verbo poderoso, relatos de terror y suspenso. A mi tierna abuela le debo este destino de “escribidor”.

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¿Quito, una ciudad siniestra, apocalíptica?

Un escritor inventa ciudades y territorios, y muchas veces los convierte en referencias casi reales para el mundo o para los lectores. París de Alphonse Daudet, Dublin de John Banville o esos salvajes maizales de Erskine Caldwell, por citar algunas geografías, conjugan el estatuto capital de la ficción: volver real el antojo y la visión de un escritor. En cuanto a Quito, no la conozco mucho. No nací ni vivo aquí.

¿Cómo diablos logras crear personajes que apuntan a quedarse en la literatura ecuatoriana y en las pesadillas de los lectores?

Osadamente has invocado a las fuerzas del mal y a su rey supremo. Quizá mis personajes arden en un infierno personal, sufren torturas emocionales en un sótano de su mente y son descarnadamente honestos. Mis personajes salen a la calle desnudos, echan gasolina sobre sus destinos y luego encienden una cerilla.

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Entre tu primera novela, Caballos en la niebla y El sueño del arcángel, hay un largo trecho, porque saltas desde las estribaciones del Cotopaxi hasta los bordes de la ciudad de Quito, ¿cómo fue esta migración?

Me planteé un desafío: atravesar mi propio bosque e inventar en los límites de la ciudad una nueva novela. Asumí fascinado la misión de retratar una urbe habitada por fieras, que no temen romper la ley en su apetito por devorarse o destruirse. No obstante, mi refugio siempre serán los bosques aledaños al volcán Cotopaxi, donde pasé mi infancia contemplando caballos en la niebla y el fantasma de mi abuelo chileno Lucas Freire, quien murió en medio del páramo. El sueño del Arcángel trabaja temas como la culpa y la venganza. Todos los personajes se vuelven sospechosos de un pasado vergonzoso.

Hay algo muy sugestivo en lograr que el lector se sienta culpable. Todos escondemos una mentira o una espina en secreto. Gabriel, el arcángel, no es ajeno a la natural y espontánea corrupción de la condición humana. Mis personajes son humanos en su más salvaje expresión.

¿Qué escritor te inspira?

El escritor solitario, aquel que está ausente de sectas y pandillas literarias. Admiro a esos creadores para quienes el exilio y el silencio superan las formas públicas y la exposición desmedida. ¿Has notado cómo hoy en día los sindicatos, los gremios, la grey y las actitudes gregarias se vuelven una necesidad para estar de moda? Me inspira el hombre que desconoce su esencia de escritor, que lo ignora, que le resta importancia, hasta que le incomoda serlo, pero que no tiene otro callejón que tomar. ¿Quieres un nombre? Robert Walser.

Dicen que, por lo menos, una mínima parte del escritor se refleja en sus libros. En Caballos en la niebla dejaste tu huella, El sueño del arcángel, ¿tiene algo tuyo?

Sí. Mi infinito amor por los animales. Nuevamente aparece un perro en mi obra. Esta vez, rendí tributo a ‘Colmillo’, un perro que logra vengarse de un obeso maltratador.

¿Cómo escribes? Horarios, estados de ánimo, escenarios…

Por la mañana salgo a caminar por el bosque con mi perrita María Antonieta. Atravesamos campos de niebla, en tanto de los árboles llueven hojas de eucalipto. A menudo, nos acompaña una ligera llovizna. Al volver a casa, me doy un baño de tina, largo, muy largo, con agua muy caliente. Luego, escucho un vinilo de Johnny Mathis en el tocadiscos, abro las ventanas del estudio de par en par y con una taza de chocolate, en compañía de María Antonieta, recibo el nuevo día contemplando el jardín, admirando el hermoso y gigante pino, donde habitan un par de mirlos. En todo este lapso de tiempo, mi mente, como un barco a la deriva, ya ha pescado otra historia que contar.

¿Disfrutas de la escritura o te torturas también?

No escribo con la obsesión de publicar. Estoy más preocupado de lo que está pasando con los incendios de bosques y el maltrato a los animales. En la mirada de un animal me reencuentro con la inocencia y el sagrado aliento de la vida. En la nobleza y generosidad de un árbol hallo la sombra y cobijo ancestral que nos recuerda que este planeta es la casa de todos y está agonizando. No puedo estar contento mientras veo en los ojos de mi perrita María Antonieta el miedo y la fragilidad: sus hermanos animales se extinguen, pierden su hogar natural y mueren. Y con la muerte de ellos, muere mi alma.

¿Cómo manejas el tiempo con tu familia, con tu “hija” María Antonieta?

Para mí la literatura no es una prioridad, prefiero vivir y amar. Agradecer el privilegio de tener una familia que me abraza.

No es muy común que los periodistas se sumerjan en la literatura de ficción aunque, quizá, ellos son los más indicados para hacerlo. En tu caso, ¿cómo surgió la ficción?

Una novela se escribe con los años de vida del autor: su memoria y sus recuerdos. Una novela surge -más que de una idea o de una profesión- de una necesidad impostergable de expresión, de una voz que pasa del susurro al grito. ¿De dónde surgen mis novelas? Sencillamente llegó la hora de despertar a todos los animales.

El sueño del arcángel, ¿podría derivar en una película gore o slasher?

Efectivamente. Esta novela es una cruel pesadilla de sangre. Alterna la decapitación atroz de una mujer con la soledad de un monstruo, que pide a gritos que su triste ciudad viva un Apocalipsis de terror. He recibido propuestas para llevar al cine mis novelas. Primeras intenciones. Promesas. El sueño del arcángel es un viaje a la oscuridad de las almas asesinas y amputadas de amor, cuyos personajes, si te descuidas, podrían morderte el cuello.

Tu novela fue premiada. Seguramente, te genera satisfacción, ¿te falta algo?

Soy agradecido con lo que tengo. Mi vida es luminosa. He llegado a un estado de satisfacción. Agradezco cada nueva amiga o amigo que conozco y lo recibo como una señal de crecimiento. Extiendo siempre una sonrisa cuando cae la tarde. Me pongo mi sombrero y paseo por el bosque con mi perrita María Antonieta. Duermo bien. Tengo amor. Amo a mis padres ancianos y cuido de ellos. Estoy satisfecho con lo que he hecho y he logrado.

¿Qué proyectos tienes en mente o en desarrollo?

No me interesa qué pasa con la literatura actual ni a dónde va. No soy una editorial, soy un escritor. Hago mi faena sin preocuparme por las tendencias, vanguardias, modas, exigencias del mercado o cualquier otra gracia del mundo moderno. Y antes que las ciudades, me interesan los animales, los páramos, las islas, los sótanos, los bosques, los aislados. Sus emociones, su mundo interior, su conciencia. Mi próxima novela trata sobre el amor y la cobardía que un hombre y una mujer pueden brindarse. Curiosamente, su pasión crece en un valle seco y tórrido, en Cumbayá, en el encierro sexual en una casa sin hijos, alejados los dos amantes de la vulgaridad de la ciudad.

A media tarde, cuando el ruido del cielo presagia un aguacero, Moya enciende su automático blanco y arranca -tal vez- por las mismas calles que caminó el Arcángel en su novela.

Este diálogo se debía dar dos semanas antes, pero se postergó porque justo cuando iba a empezar, Moya recibió una llamada y su rostro cambió.

—¿Qué pasó?

—No puedo continuar —dijo—. Mi hija necesita atención médica urgente.

—Claro, frente a esta urgencia, buscaremos otro día para la entrevista.

—Sí, por favor —repuso—. Discúlpame, pero tengo que irme. Mi hija María Antonieta -mi perrita- hace unos días tuvo un problema en su ojito, el médico la trató y le puso un parche, pero la dejamos sin collar de protección y se ha lastimado. Debo llevarla al médico, a Cumbayá.

En los ojos de María Antonieta, Moya percibe el miedo, la fragilidad, la inocencia y el aliento de vida. Y con esos sentimientos, encara la escritura. (I)