Aunque padece una enfermedad considerada catastrófica, don Ufredo no se deja vencer. Sentado en una silla de ruedas, cuenta jocosas anécdotas de su vida y bromea con sus compañeros de tragedia mientras espera el turno para su hemodiálisis, el jueves en un centro nefrológico privado del sur de Guayaquil. Ahí acude tres veces por semana desde hace 16 años, cuando, tras un infarto cerebral, sus riñones colapsaron y dejaron de funcionar.