Se ha generalizado la idea de que las instituciones educativas inclusivas son aquellas que otorgan la matrícula a estudiantes con discapacidad o necesidades educativas específicas, sin embargo, esto tiene que ver únicamente con el acceso a la educación de un grupo de la población que se ha encontrado históricamente en mayor riesgo de exclusión.

La inclusión es garantizar el derecho humano a una educación de calidad para todos. Implica aquellos procesos que aseguren el acceso al sistema educativo, favorezcan la participación de los miembros de la comunidad (estudiantes, familias docentes, personal), y promuevan el aprendizaje y progreso de todo el alumnado. Por lo tanto, una institución inclusiva es aquella que asume el compromiso por asegurar estos procesos.

Las instituciones educativas son espacios dinámicos y en constante cambio y si asumen el compromiso para garantizar una educación inclusiva, es primordial que reestructuren su cultura, políticas y prácticas. De acuerdo a Booth y Ainscow, autores de la Guía para la educación inclusiva (2002-2011) publicada por la OEI (Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, apuntan a lo siguiente:

Cultura inclusiva

Crear una comunidad educativa segura, acogedora y colaboradora en la que cada persona es valorada. Compartir el principio de que todos los estudiantes pueden aprender si reciben los recursos y las ayudas necesarias.

Políticas inclusivas

Las políticas institucionales deben establecer la inclusión como el centro de desarrollo de la institución educativa para que mejore la participación y el aprendizaje de todo el alumnado.

Prácticas inclusivas

Las prácticas son el reflejo de la cultura y las políticas institucionales. Las prácticas inclusivas implican todas aquellas acciones que promueven la participación de todos, y principalmente las actividades dirigidas a fortalecer el aprendizaje activo.

Pautas para apoyar el desarrollo

Auto-evaluación institucional y seguimiento continuo: Es necesario evaluar si los procesos y las prácticas del centro están asegurando la participación y aprendizaje de todo el alumnado. La evaluación continua permitirá identificar si se están presentando barreras para la presencia, participación y el aprendizaje, y la identificación es clave para implementar acciones de mejora.

Convivencia y participación: La convivencia y participación en una comunidad educativa implica aprender y trabajar en colaboración con otros, esto involucra al personal, docentes, familias y estudiantes. Por ejemplo, para evitar el aislamiento profesional se pueden generar espacios de co-evaluación docente y planificación curricular conjunta. También se puede incrementar la participación de los estudiantes mediante rondas de conversación, buzón de sugerencias, asambleas en la que ellos puedan darse a conocer y conocerse, además de manifestar qué aspectos del proceso educativo les ayudan a aprender y sentirse parte del centro.

Enseñanza diversificada: La educación inclusiva reconoce que el alumnado es diverso y esta diversidad se manifiesta en sus intereses, sus fortalezas, necesidades y perfiles de aprendizaje. Para atender a la diversidad del alumnado y garantizar que todos aprendan es necesario diseñar procesos de enseñanza diversificados; esto es flexibilizar y variar la forma en que se presenta la información y los contenidos, brindar alternativas diversas para que los estudiantes desarrollen sus capacidades, posibilitar diversos medios de evaluación que les permitan a los estudiantes demostrar lo que saben. Por ejemplo, al momento de evaluar a los estudiantes de una misma clase, los criterios de evaluación pueden ser los mismos para todo el grupo, sin embargo, se pueden facilitar diferentes opciones de evaluación como podrían ser escribir un ensayo, realizar una infografía o grabar un vídeo donde expongan sus conocimientos sobre el tema estudiado.

Andrea Bejarano Acosta, Mgs. Psicopedagogía, Dra. en Educación Docente y coordinadora académica Facultad de Posgrado - UCG