Es un alcalde, pero podría ser otra cosa: un padre normal, un hijo, un hermano. Pero por ahora no, no puede. Es solo un alcalde amenazado. Sentado en un sillón negro, detrás de un escritorio, viste un saco azul, camisa blanca, corbata aún más azul y pulseras, y tiene un corte de cabello bajo, bastante.

A sus espaldas hay fotos familiares, retratos dibujados de su esposa y sus dos hijos; está además uno de su padre besándole la frente. También, a los lados, hay dos banderas: la de Manabí y la de Ecuador.

Todos los que están en la foto han muerto, comenta: su esposa y su hija fallecieron en el terremoto del 2016; su padre murió hace un año. El único vivo es su hijo. Esa es toda su familia.

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“Mi vida ha cambiado mucho desde que soy alcalde”, dice Javier Pincay, quien está al frente de la ciudad manabita de Portoviejo.

“Apenas veo a mi familia. Vivo encerrado porque suelo no asistir a muchos eventos por motivos de seguridad. Si voy a alguno en particular, debe ser por muy poco tiempo: saludo y adiós”, agrega.

Entrar al edificio municipal de Portoviejo, donde tiene su oficina el alcalde, es un recorrido por varios filtros de seguridad.

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Hay guardias en la puerta exterior, otros más al ingreso del edificio; hay más en la sala de espera de la oficina; y luego de pasar a todos, está él, en una oficina no muy grande. Es la misma persona que en campaña recibió siete tiros y que ahora, a inicios de este año, descubrieron un supuesto plan para asesinarlo.

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Javier Pincay lleva un año como alcalde de Portoviejo, y desde entonces no ha ingresado al mar, comenta. No puede visitar una playa. Tampoco sale a un supermercado, no puede hacer compras en un centro comercial, ni pasear en un parque.

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Su vida se ha limitado a su casa y el Municipio. Cuatro paredes, una computadora, un celular por el que habla con la familia: los extraña; la familia es lo que más le hace falta.

“Mi mamá a veces me pregunta por qué no la visito seguido, y es que no lo puedo hacer; si voy, lo hago tal vez por un momento y debo salir rápido, una vez cada mes o cada dos meses. No puedo estar mucho tiempo en un mismo sitio. Eso me pesa mucho”, señala y hace una pausa; un silencio inunda la oficina mientras el alcalde se lleva dos dedos entre la nariz y los ojos, tratando de retener las lágrimas, ocultándolas.

“Con mi hijo pasa algo similar. Él a veces me dice que quisiera una vida normal”, agrega y su voz se quiebra. Finalmente, llora.

Javier Pincay es uno de los alcaldes del país que cuentan con resguardo de la Policía. Su riesgo es alto. Tanto que, además, está pagando seguridad privada para que lo cuiden.

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Es que en Manabí los ataques a políticos no son nuevos. Después que le dispararon a él en diciembre del 2022, asesinaron al alcalde de Manta, Agustín Intriago, en julio del 2023.

Luego siguió la alcaldesa de San Vicente, Briggitte García, baleada en marzo de este año. Días después de este crimen, Rommel Cedeño, alcalde de Tosagua, también recibió una amenaza de muerte. El panorama no es bueno.

Son al menos 150 los alcaldes que temen por su seguridad en Ecuador, según la Asociación de Municipalidades.

Pincay se toma en serio la situación y trata de sobrellevarla. En su soledad, cuando está en casa, suele hacer ejercicios, escribir un libro, se prepara como motivador y comparte tiempo con su hijo.

En mayo de este 2024 encontraron en una vivienda armas y balas, junto a unas fotos del alcalde Javier Pincay. Se especuló de un plan para atentar contra su vida.

Asimismo, ha logrado concentrarse en las terapias de rehabilitación que le han permitido darles movilidad a los dedos de la mano izquierda.

Luego del atentado, en diciembre del 2022, a pocos meses de las elecciones, su mano izquierda quedó muy afectada. Recibió dos disparos que le dañaron el tendón. El resto, los otros seis tiros, los tuvo en diferentes partes del cuerpo, como el bazo, el hígado y los intestinos.

“Solo recuerdo que ese día me cubrí con el brazo y caí al suelo. Los médicos dicen que me tuvieron el cuerpo abierto por dos días, para que todo el líquido de lo que se había dañado fuera drenado. El hígado se hizo dos pedazos. La verdad es que las esperanzas no eran muchas, pero ocurrió el milagro, dicen los doctores, y aquí estoy”, indica.

A Pincay lo sometieron a tres cirugías y asegura que tiene el cuerpo como el de Frankenstein. Además hay una bala que no han podido sacar de su cuerpo y está alojada en su pierna derecha, pero no le molesta para nada.

Algunos amigos le dicen que eso es peligroso, que las balas suelen moverse y causar daño. Él, la verdad, no espera que pase eso. Como tampoco ha sucedido que las máquinas de los aeropuertos suenen, porque así dice la gente: que las balas hacen sonar el aparato; pero eso tampoco pasa: la bala es imperceptible.

‘Ya hace ocho días se pidió un análisis de riesgo para contar con resguardo, pero no se lo ha hecho’, señala Rommel Cedeño, alcalde de Tosagua

Lo que no es así es la violencia por la que atraviesa Portoviejo. En lo que va de este año, los asesinatos bordean los 130. Incluso una funcionaria municipal fue asesinada y un excandidato a la Alcaldía también.

Pincay dice que trabajan en eso. Justamente el viernes aprobaron un plan de seguridad que prevé instalar un centro de monitoreo con cámaras de sistemas inteligentes, con lectores de placas y reconocimiento facial.

“Este plan ha sido desarrollado por un equipo con el fin de lograr ese Portoviejo seguro e inteligente que tanto deseamos”, dijo el alcalde.

Días antes, en su oficina, habló de esa reunión y de lo importante que era para la ciudad. Esa que apenas puede visitar debido al encierro que trata de manejar.

“Esto se trata de resiliencia. Mi familia murió en el terremoto y aún no sé cómo sigo en pie. Luego vino el atentado, las amenazas... Con todo eso hay que vivir. Ya estamos acá y hay que dar la cara”, señala.

Al finalizar la entrevista, Pincay abre un cajón de su escritorio y saca un libro que escribió en el 2018. Se llama El poder de resurgir. Allí está gran parte de lo que ha sido su vida. Y está por escribir otro. El alcalde se despide. En la sala hay tres personas esperándolo. El guardia con chaleco antibalas observa.

Afuera de las cuatro paredes del Municipio la vida sigue. Hay unos 30 grados de sol, el viento mueve las hojas de los árboles —Portoviejo tiene muchos—. Por la calle pasan carros, algunas motos, personas en bicicleta, otras caminando; un par de muchachos camina con los audífonos puestos. Todos parecen disfrutar del día, de la ciudad, de la libertad. Todos, menos el alcalde. (I)