“Caminó por el pasillo que conduce desde la entrada principal hasta el cuarto donde yacía el cuerpo de su hijo”.

Así reportó el diario Los Angeles Times la llegada de Edward Lawrence Doheny a la escena de un misterioso crimen que ocurrió en la noche del 16 de febrero de 1929, en una de las mansiones más famosas de Hollywood.

“Se tambaleó un poco y luego, con paso lento, pasó cerca de la cabeza del asesino, que yacía en el pasillo próximo a la puerta de la habitación, y entró. Miró el cuerpo de su hijo por un momento y luego se arrodilló junto a él”.

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Cuenta que, temblando de emoción, tomó la mano inerte de su hijo, y salió sollozando del lugar.

La pérdida, sumada al peso ejercido por su rol en el escándalo político más grande de Estados Unidos antes de Watergate, destrozó al famoso magnate.

Edward L. Doheny no es un nombre tan familiar hoy en día, pero en su época, fue uno de los hombres más ricos y poderosos de EE.UU., a la par de Rockefeller, Hearst y Carnegie.

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La fuente de su inmensa riqueza fue el petróleo, y su historia es una de las típicas de pobreza a riqueza que alimentan la imaginación estadounidense, una encarnación del sueño americano.

Sólo que en su caso, el lugar en el que su fortuna se hizo colosal fue México, y su historia terminó en desgracia.

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El Wild West

Su padre, Patrick, emigró de Irlanda durante la Gran Hambruna, se casó con Ellen Quigley en Canadá, y la familia se estableció en Fond du Lac, Wisconsin.

Edward Doheny, uno de cinco hijos, nació en 1856.

Fue uno de los mejores estudiantes de la escuela secundaria.

“Era un genio de las matemáticas. Al igual que Rockefeller podía hacer todos los cálculos en su cabeza. Tenía ese don”, señala el historiador y biógrafo Nick Curry, cuyo abuelo fue amigo de Doheny.

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Se unió al Servicio Geológico de EE.UU. cuando tenía solo 15 años, y sus viajes de campo a la naturaleza abrieron su apetito por buscar oro y plata cuando aún era un adolescente.

“Era la época de la fiebre del oro”, apunta Curry.

“Estuvo en Arizona, en Oklahoma, en Texas y en Nuevo México”.

El último es clave en su historia porque fue ahí donde se plantaron las semillas de lo que lo llevaría a forjar su fortuna... y su desgracia.

“Alrededor de 1887, aterrizó en Kingston, Nuevo México, un pequeño pueblo en el corazón de un condado infestado de ladrones de ganado, bandidos y pistoleros de todo tipo”, relató el periódico Maryland Jeffersonian el 15 de marzo de 1924.

Gerónimo fue un destacado jefe militar de los apaches Bendoke (Retrato tomado por Aaron B. Canady). GETTY IMAGES Foto: BBC Mundo

Kingston era parte del Salvaje Oeste donde la tribu apache de Gerónimo lideró frecuentes incursiones contra los miles de buscadores de oro y ganaderos que habían invadido sus tierras ancestrales en busca de fortuna.

Era, también, una ciudad caótica de salones, burdeles, iglesias, escuelas, incluso un teatro de ópera.

Además de tratar de hacerse rico excavando en busca de metales preciosos, según el Jeffersonian, Doheny también fue jefe del comité de vigilancia local y luchó contra criminales en todo el Valle del Río Grande, enviando a muchos a prisión.

“Era un hombre marcado para los forajidos. Le advirtieron que se fuera. No lo hizo”, relata el artículo.

“Un día caminaba por la calle principal de Kingston y un famoso ladrón de ganado le disparó 16 tiros con un rifle Winchester. El hombre era conocido como un pistolero infalible, pero por alguna razón a Doheny no lo alcanzó ni una bala”.

Doheny cruzó la calle y lo apresó. Y, según el diario, sobrevivió otro atentado similar, así como un peligroso accidente, al caer por el pozo de una mina, pero se salvó.

No corrió con la misma suerte, sin embargo, en su búsqueda de oro.

Pero conoció a dos hombres que cambiarían el curso de su vida: Albert Bacon Fall y Charlie Canfield.

El magnate del petróleo y agente inmobiliario estadounidense Charles A. Canfield, además de haber sido pionero en extracción de petróleo en California y México junto a Doheny, cofundó Beverly Hills en California. Foto: BBC Mundo

Fall era un buscador de oro y abogado, que más tarde sería el secretario de Interior bajo el presidente Warren G. Harding.

Canfield se convirtió en su socio.

Exploraron juntos una mina, sin éxito, y cuando Canfield decidió desarrollar otra, Doheny declinó la oportunidad.

Canfield hizo una pequeña fortuna y se fue con su familia a California, mientras que Doheny, ya casado y con una hija, tuvo que hacer trabajos ocasionales para sobrevivir.

L.A.

Cuando Doheny se enteró de que Canfield estaba expandiendo su fortuna en California, sacando provecho del auge inmobiliario de 1887, se fue a Los Ángeles.

Para cuando llegó, Canfield había perdido su fortuna. El boom había colapsado y Canfield estaba muy endeudado.

A los 40 años, Doheny estaba trabajando en lo que fuera para alimentar a su familia, y el matrimonio no iba bien.

Pero su suerte finalmente estaba a punto de cambiar.

“En noviembre de 1892, Doheny vio a alguien conduciendo un vehículo cargado de algo negro que nunca antes había visto”, relata Curry.

“Le preguntó qué era, y él le respondió: ‘Breer’, erróneamente pues realmente es ‘brea’”, resalta el historiador.

Preguntó de dónde la había sacado y fue al lugar indicado, y efectivamente encontró una gran cantidad de esa negra sustancia.

“Metió la mano y supo exactamente lo que era”.

“Se puso en contacto con Canfield y compraron una propiedad allí por US$400 y comenzaron a excavar”.

Desde que Doheny y Canfield hallaron el primer pozo hasta el día de hoy, en el condado de Los Ángeles hay pozos de petróleo en medio de barrios residenciales. GETTY IMAGES Foto: BBC Mundo

Doheny ideó un sistema de perforación usando un tronco de eucalipto.

“Excavaron unos 50 metros de profundidad y encontraron petróleo.

“Doheny exclamó: ‘¡Me siento como un millonario!’, y Canfield concurrió.

Doheny y Canfield acaban de perforar el primer pozo petrolero productivo en Los Ángeles.

Pero, apenas un mes después, la hija de los Doheny, Eileen, murió.

Entristecido, Doheny se concentró en hacer un éxito del pozo y lo logró.

De hecho, fue ese pozo el que desencadenó el auge petrolero de California.

Los socios se expandieron rápidamente.

Perforaron docenas y docenas de pozos en Los Ángeles durante los años siguientes, produjeron cientos de miles de barriles, y empezaron a ganar mucho dinero.

Junto con el éxito financiero, la esperanza llegó con el nacimiento de Edward Lawrence Doheny junior, conocido como Ned, en 1893.

Sería el heredero del imperio petrolero de Doheny Senior, que, como Ned, apenas estaba en su infancia.

“No llegó a ser grande hasta México”, anticipa Curry.

Tampico

Doheny y Canfield estaban produciendo petróleo en el momento adecuado de la historia porque estaba a punto de ocurrir un gran cambio que transformaría el mundo.

Los ferrocarriles estaban cambiando del carbón al petróleo, y ellos suministraban mucho de ese petróleo.

Pronto una de las compañías les hizo una propuesta.

Albert Alonzo Robinson, del Ferrocarril de Santa Fe, y constructor y presidente del Ferrocarril Central Mexicano, le contó a Doheny que su línea que discurría entre San Luis Potosí y Tampico dependía del indeseable carbón importado.

Además, acababa de construir la línea secundaria a Tampico bajo presión del gobierno de Porfirio Díaz, y necesitaban desarrollar una nueva industria para que fuera rentable.

Así que le ofreció costear todo lo necesario para que fuera a investigar rumores de pozos burbujeantes a lo largo del paso del ferrocarril.

En Ébano descubrieron el primer pozo comercial de México, y después la Faja de Oro, uno de los campos petroleros más importantes del mundo. DEGOLYER LIBRARY, SOUTHERN METHODIST UNIVERSITY Foto: BBC Mundo

En 1900, Canfield y Doheny partieron en busca de oro negro en México.

Cuando llegaron a un pueblo llamado Ébano en la región de Tampico, les sorprendió la gran cantidad de filtraciones de petróleo en el monte y el campo circundantes.

Algunos de los chapopotes, como los llamaban los locales, eran tan profundos que estaban cercados para proteger al ganado de ese aceite espeso y pegajoso que burbujeaba en la superficie.

Doheny recordaría después cómo verlos “hizo que nos olvidáramos por completo del abrumador clima. Es un ambiente cálido y húmedo, con lluvias aparentemente incesantes en la densa selva boscosa, que parece crecer tan rápido como podemos talarla”.

“Todo se olvidó en la alegría de descubrir. Sabíamos que estábamos en una región petrolera que produciría en cantidades ilimitadas lo que el mundo necesita”.

Tenía razón, y los socios repitieron la hazaña de Los Ángeles: descubrieron el primer pozo petrolero de uso comercial en México.

Pero el petróleo espeso y pesado que encontraron era difícil de procesar, y estaban bajo contrato y presión para suministrar combustible al ferrocarril.

Doheny también había persuadido a muchos adinerados estadounidenses ávidos de aprovechar la fiebre del oro negro para que invirtieran.

En el campamento Tres Hermanos, en Veracruz, al frente, a caballo, Charles A. Canfield (izq.) y Edward L. Doheny, quienes ampliaron sus operaciones durante la Revolución Mexicana, se expandieron a Colombia y abrieron nuevos y grandes campos petrolíferos en Venezuela. DEGOLYER LIBRARY, SOUTHERN METHODIST UNIVERSITY Foto: BBC Mundo

Compraron vastas extensiones de tierra sin explotar en Tampico, pero tuvieron dificultades para encontrar el petróleo que necesitaban y por un tiempo pareció que su compañía iba a colapsar.

Sin embargo, se mantuvieron firmes y pronto su imperio petrolero mexicano, de hecho, toda la industria petrolera mexicana, comenzó a levantarse del suelo con una velocidad asombrosa.

Así lo retrató Los Angeles Examiner en 1912:

“Los campos petroleros están ubicados en la vertiente oriental de México, dos pozos conocidos como Casiano No. 6 y 7, se encuentran entre los mayores jamás explotados.

“(Doheny) ha embarcado tanto oro negro fuera del territorio que ha convertido a Tampico, en el segundo puerto de este continente en valor de exportaciones”.

Lo que una vez había sido una selva prístina salpicada de pequeñas aldeas se transformó por completo, como reportó el periódico Jeffersonian.

“A lo largo de su vasta área en México, se extendieron kilómetros y kilómetros de oleoductos, caminos de carretas construidos privadamente, vías férreas, nidos de tanques de almacenamiento monstruosos, refinerías con una capacidad de 30 millones de barriles, camiones, vagones cisterna, tractores oruga y equipos de mulas”.

El hombre cuyo padre huyó de una hambruna se estaba convirtiendo en uno de los más ricos del mundo.

Peones trabajando en los campos petrolíferos de México. DEGOLYER LIBRARY, SOUTHERN METHODIST UNIVERSITY Foto: BBC Mundo

¿Cómo logró tanto éxito tan rápido?

“La gran pregunta es ¿dónde estaba Díaz en todo esto?”, responde Curry.

El general Porfirio Díaz rigió México desde 1876 hasta su destierro a París, Francia, en 1911.

“Nunca hemos podido conseguir documentación sobre eso, si es que hubo alguna entre Doheny y los ferrocarriles y el gobierno mexicano”.

Durante mucho tiempo ha habido un debate sobre si Díaz tuvo razón al arrendar valiosos yacimientos petrolíferos a inversores extranjeros o si la industria debió haber sido nacionalizada.

A Doheny lo que le apasionaba era encontrar petróleo, y tenía una habilidad casi sobrenatural para hacerlo.

Uno de sus hallazgos más que cualquier otro ilustra la escala colosal de los pozos petroleros mexicanos: el pozo Cerro Azul No. 4.

“La relativa quietud de la selva fue rota primero por un gruñido de barro, que se hinchó hasta convertirse en un rugido amenazador que sacudió la tierra y se oyó como el sonido de un trueno lejano”, recordó Doheny en sus memorias.

“Un poco más tarde, cada hoja, cada flor, cada brizna de hierba, antes vívida con los colores verdes y brillantes de la selva tropical, se convirtió como por arte de magia en el sueño fantástico de algún pintor futurista, todo negro reluciente como moldeado con un metal muy bruñido”.

"Sobre un manantial de petróleo - Cerro Azul", dice la nota de la foto, con Doheny en el fondo. DEGOLYER LIBRARY, SOUTHERN METHODIST UNIVERSITY Foto: BBC Mundo

En su biografía de Doheny, “El lado oscuro de la fortuna”, Margaret Leslie Davis escribe que el diluvio de ese pozo en 1916 nunca será olvidado por los perforadores que lo presenciaron, ni por los residentes indígenas.

Aparentemente se disparó más de 180 metros hacia el cielo, la tierra dentro de un radio de más de 3 kilómetros se saturó y se hizo inhabitable en los años venideros.

Más tarde, cuando le preguntaron a Doheny si había explotado a los nativos de Tampico y sus tierras con fines de lucro, y dijo:

“En el campo petrolero del oeste de Tampico, donde antes las selvas tropicales sólo sustentaban a unos pocos indígenas, 50.000 trabajadores de los campos petroleros, en su mayoría mexicanos, encontraron un empleo continuo inmediato”.

Doheny les pagaba relativamente bien, y proporcionó educación y atención médica, pero su legado, así como el de otros barones petroleros extranjeros que ganaron millones en México, sigue siendo controvertido.

Bajo la nube negra

Mientras Doheny amasaba su fortuna, su vida personal era complicada y marcada por la tragedia.

Tras el nacimiento de su hijo Ned, su esposa lo abandonó y se divorciaron.

Él mantuvo la custodia de Ned y, en 1900, se casó con Estelle, una operadora telefónica que conoció a través de sus frecuentes llamadas de negocios. Cinco semanas después, su exesposa Carrie se quitó la vida.

Más estaba por venir: un evento impactante llevó a su socio a dejar México.

“Su esposa fue asesinada”, relata Curry.

“Un exempleado le pidió un préstamo de dinero a la señora Canfield, ella se negó, y él la mató”.

Parecía como si una nube negra siempre acechara a Doheny, y estaba por oscurecerse más.

Albert B. Fall, el viejo amigo de Doheny, fue condenado a prisión. "El tribunal estaba inquieto cuando se anunció el veredicto. Fall, su esposa y su hija lloraron y uno de sus abogados se desmayó", informó la prensa. GETTY IMAGES Foto: BBC Mundo

A principios de la década de 1920, EE.UU. fue sacudido por el escándalo del Teapot Dome.

Y Albert B. Fall estuvo en el centro, así como su viejo amigo de sus días de prospección en Kingston, Doheny.

Fall, quien fungía como secretario de Interior, le había concedido los derechos de perforación de las valiosas reservas petroleras de la Armada de EE.UU. a su amigo Doheny...

...y a otro magnate petrolero llamado Harry Sinclair, sin que Doheny lo supiera.

No sólo lo había hecho en secreto y sin licitación competitiva, sino que a cada uno les pidió un préstamo US$100.000 (unos US$2 millones de hoy).

El 14 de abril de 1922 estalló el escándalo cuando el Wall Street Journal informó sobre los acuerdos.

Al día siguiente, se anunciaron planes para abrir una investigación del Senado.

Las audiencias de esa investigación y los juicios penales y civiles duraron desde 1922 hasta 1930, plagados de reclamos y contrademandas, mentiras, sobornos, código Morse secreto, mensajes, manipulación de jurados y testigos, e intenso escrutinio público sobre los acusados.

Al final de la complicada saga, Doheny y Sinclair fueron obligados a renunciar a los acuerdos, y Fall se convirtió en el primer miembro de un gabinete presidencial en ir a prisión.

Aunque los magnates petroleros fueron absueltos de conspiración para defraudar al gobierno, el juicio penal de 1929 en el que los fiscales federales se propusieron probar eso fue el que destrozó a Doheny.

Lo que ocurrió en la suntuosa mansión Greystone que Doheny le había regalado a su hijo y familia esa noche de febrero hace 95 años siempre será un misterio. GETTY IMAGES Foto: BBC Mundo

El bolso con el soborno requerido por Fall fue entregado por su hijo Ned y su secretario, un amigo íntimo de la familia, Hugh Plunkett.

Ambos tenían que testificar en el juicio, y eso puso en marcha los trágicos acontecimientos del 16 de febrero de ese año.

Ese otro hombre que estaba en la habitación en la que Doheny tomó la mano inerte de su hijo al principio de esta historia era Plunkett.

Para las autoridades de Los Ángeles, se trató de un claro caso de asesinato y suicidio. No se llevó a cabo ninguna investigación.

Pero lo que ocurrió esa noche en la famosa Greystone Mansion en Beverly Hills sigue siendo un misterio.

Doheny nunca superó la muerte de su hijo.

Se retiró de la vida pública, convirtiéndose en una especie de recluso, y falleció seis años después, en 1935 a la edad de 70 años.

No llegó a ver expropiación petrolera del presidente de México Lázaro Cárdenas del Río de 1938.

Hoy en día, su legado está incrustado en el paisaje mismo de Los Ángeles: Doheny Drive, Doheny Road, Doheny Greystone Mansion, la Biblioteca Conmemorativa de Doheny, la playa estatal de Doheny.

Su dinero construyó iglesias y catedrales desde California hasta México y, sin embargo, su historia es ajena para la mayoría de las personas que pasan por todos esos lugares a diario. (I)