Juliane Diller cayó en la tierra, y a la mañana siguiente se despertó en la profundidad de la selva peruana aturdida y sin entender nada. Justo antes del mediodía del día anterior, la víspera de la Navidad de 1971, Juliane, quien entonces tenía 17 años, y su madre habían abordado un vuelo en Lima con destino a Pucallpa, una zigzagueante ciudad portuaria ubicada a lo largo del río Ucayali. Su destino final era Panguana, una estación de investigación biológica en el centro de la Amazonía, donde durante tres años había vivido de manera intermitente con su madre, Maria, y su padre, Hans-Wilhelm Koepcke, ambos zoólogos.