“Él falleció como él quería. Él decía que quería morir en una guerra, en un conflicto, defendiendo a su patria. Él dijo que quería morir como los grandes y se cumplió, pero no queríamos que sea tan pronto”, expresó afligida Jennifer Vera, hermana de Víctor Adrián Vera Minga.

El cabo segundo del Ejército fue uno de los once asesinados en un ataque en Alto Punino, en la provincia de Orellana.

El machaleño era parte de un operativo contra la minería ilegal en el sector Alto Punino.

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El atentado, atribuido al grupo armado irregular Comandos de la Frontera de las FARC, sacudió al país.

Pero detrás del uniforme y del cargo había un joven que, aunque nunca imaginó ser militar, terminó entregando su vida por el país que amaba.

Apenas el 28 de abril había cumplido años, era casado y padre de familia. Era el segundo de tres hermanos. Su hermana mayor falleció en el 2015 y su padre hace apenas dos años. Ahora su madre y hermana Jeniffer quedaron solas.

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Era una persona tranquila, recuerda su hermana.

“Incursionó en varias cosas, hasta de chef, pero de la noche a la mañana quiso ser militar. Fue al cuartel a experimentar y le encantó”. Así comenzó un camino que, aunque breve, marcó a todos los que lo conocieron.

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Desde su niñez, quienes lo rodeaban notaban en él algo especial. Narcisa Pacheco, amiga cercana de la familia, lo recuerda con profunda admiración.

“Él puso su vida sin pensar que dejaba el dolor más grande en toda la familia. Desde niño siempre fue firme, leal; siempre tuvo ese entusiasmo de llegar a las filas de ser militar. Fue un hombre excepcional, un hijo ejemplar y un padre que adoraba a su mujer y a su hijo”, dijo.

Sus palabras, entre llanto y lágrimas, cargadas de amor y respeto, describen no solo a un soldado, sino a un ser humano que defendió a su país.

Nacido en la capital de la provincia de El Oro hace 32 años, Víctor tuvo una infancia tranquila junto con su familia. Estudió en la Unidad Educativa Empresarial Orense, donde se graduó como técnico industrial en 2011.

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Más tarde siguió su verdadera vocación: en 2017 se graduó en la Universidad de las Fuerzas Armadas (ESPE) como tecnólogo en Ciencias Militares.

Desde entonces, su vida fue el Ejército. Se destacó por su disciplina, su entrega y su compromiso. Formaba parte de la Brigada de Selva 19 Napo y, el día del ataque, integraba uno de los cuatro equipos de combate conformados por 80 soldados.

El dolor de su partida ha sido inmenso. Su hermana Jennifer lo despidió con una frase cuando su féretro llegó al aeropuerto de Santa Rosa, en El Oro: “Así no era el regreso, mi flaco”.

Luego trasladaron su cuerpo a Machala, la ciudad que lo vio nacer, y lo recibió envuelto en una bandera, con honores militares y el llanto de una madre, amigos, hermana y una familia que nunca imaginó este final.

Víctor deja un hijo de apenas 5 años, que crecerá escuchando que su padre fue un héroe. Las redes sociales se llenaron de mensajes en su memoria. Compañeros, amigos y ciudadanos lo recuerdan como un joven valiente, noble y un soldado valiente.

Víctor soñó con defender a su patria y, aunque cumplió ese sueño, su partida deja un vacío irreparable. (I)