Desde que la existencia de otros planetas fue primeramente imaginada y luego comprobada, la ciencia ha albergado la razonable aspiración de que algún día la humanidad pueda llegar a habitarlos. La finalidad de este anhelo por encontrar otro planeta habitable no es otra que continuar con la supervivencia de nuestra especie, cuando las condiciones en la Tierra ya no sean las adecuadas para mantenerla. En ese momento, nos convertiremos en una especie interplanetaria, porque habitaríamos otro planeta, además, de la Tierra.

Así, en búsqueda de este anhelo, pensamos que Venus era el principal candidato por ser el más cercano y el más parecido a la Tierra, sin embargo, las sondas Venera y Mariner encontraron un planeta mucho más caliente de lo que se pensaba. Frente a esto, quizás inspirados en la fábula orweliana, nos volcamos al planeta rojo, Marte. A pesar de ser el siguiente destino de la humanidad, la verdad es que, hasta ahora, la evidencia es contundente en determinar que es un planeta bastante inhóspito. Entonces, ya que ninguno de los restantes planetas de nuestro sistema solar podría ser habitable por nuestra especie, en la actualidad la NASA lidera dicha búsqueda en otro segmento espacial. Es así como, a través del telescopio Kepler, se busca algún candidato dentro de los llamados “exoplanetas”, nombre con que se designa a los planetas que orbitan fuera de nuestro sol. Más concretamente, la exploración se circunscribe a los exoplanetas que se ubiquen en una zona de habitabilidad que permita cumplir con el requisito esencial para la existencia humana: el mantenimiento del agua en estado líquido.

Con la ayuda de Kepler se han encontrado más de dos mil exoplanetas dentro de zonas de habitabilidad –goldilock’s zone, por la referencia al cuento infantil Ricitos de oro– donde el ecosistema no es ni tan caliente ni tan frío como para mantener la liquidez del agua. El problema de todos esos exoplanetas es que están muy lejos; son tan distantes que ningún viaje espacial permitiría alcanzarlos, ni con la tecnología actual ni con la que previsiblemente se tenga en el futuro.

El problema de todos esos exoplanetas es que están muy lejos; son tan distantes que ningún viaje espacial permitiría alcanzarlos, ni con la tecnología actual ni con la que previsiblemente se tenga en el futuro. Pero quizás todo esto pueda cambiar.

Pero quizás todo esto pueda cambiar.

Recientemente, un grupo de científicos liderados por el profesor Guillem Anglada-Escudé, de la Universidad Queen Mary de Londres, anunció el descubrimiento del exoplaneta Próxima b. Este exoplaneta se encuentra nada menos que en la zona Ricitos de oro de Próxima Centauri, la estrella más cercana a la Tierra, a tan solo 4 años luz de distancia. Ello, en comparación con todos los otros exoplanetas descubiertos, vuelve a Próxima b el posible planeta habitable más cercano a la Tierra, y por lejos. Los resultados de este asombroso descubrimiento fueron publicados en la prestigiosa revista Nature, el pasado 24 de agosto de 2016 (http://www.nature.com/nature/journal/v536/n7617/full/nature19106.html#figures).

Nuestro vecino cósmico, Próxima b, tiene casi la misma masa que la Tierra pero, a diferencia de esta, orbita muy cerca a su estrella; está tan cerca que se aproxima a apenas el 5% de la distancia que tiene nuestro planeta respecto del Sol, es decir, incluso más cerca de lo que está Mercurio en relación con nuestra estrella. Pero Próxima b no es una bola dantesca de fuego y lava; y es que su estrella, Próxima Centauri, es mucho más pequeña, con una masa aproximada de apenas el 12% de nuestro Sol. Este tipo de estrellas son conocidas como “enanos rojos” y al ser más pequeñas y menos intensas en luminosidad, se pueden encontrar exoplanetas que giran a su alrededor de manera muy cercana. Próxima b, por ejemplo, gira alrededor de Próxima Centauri cada 11,2 días, en vez de cada 365 días, como lo hace la Tierra alrededor del Sol, sin embargo, se mantiene en la denominada zona de habitabilidad o Ricitos de oro, donde podría existir agua líquida.

Quién sabe cuántos exoplanetas como Próxima b existan en el cosmos y cuántos de ellos tengan incluso formas de vida propias. Por ahora, esto no lo sabemos. De lo que sí estamos seguros, en cambio, es de que descubrimientos como estos nos animan a pensar que la aspiración de convertirnos en una especie interplanetaria no sea, después de todo, una idea tan lejana. (O)