A continuación, me he tomado la libertad de resumir, en lo que más he podido, las que, en mi modesta opinión, han sido las principales causas que han conducido a la tragedia que el Ecuador ha tenido que vivir con respecto al equipo periodístico del diario El Comercio, y que talvez solo podría ser el principio de peores acontecimientos futuros.

Ante todo, debemos empezar por recordar y reconocer que cuando el presidente León Febres-Cordero subió al poder, por su postura política de derecha dura (que nunca disimuló siquiera), la extrema izquierda ya le tenía preparada la bienvenida con un grupo de asesinos y terroristas autollamados Alfaro Vive, Carajo, que el presidente terminó destruyéndolo, en una típica guerra no convencional que acabó ganándola el Ecuador; y que si la hubiera perdido habríamos tenido en el país nuestra propia réplica de las FARC, con todas sus nefastas consecuencias.

Volviendo al presente, en mi opinión, el expresidente Correa es el principal responsable de lo que ha pasado, que no es más que una triste consecuencia de su más que pésima presidencia en general y, en particular, de todas las acciones y omisiones a su cargo en el manejo amigable (directo o a través de intermediarios escogidos, como el comandante Juan) de sus relaciones con las FARC y sus posteriores chichisbeos con los carteles internacionales de la droga, gracias a los cuales por lo menos parece que dos de ellos ya mandan en Ecuador.

Pruebas al canto: 1.- La supresión de la mal llamada base militar de Manta, como la ópera prima de su soberbia. 2.- La apertura indiscriminada para el ingreso al Ecuador, por un buen tiempo, a diestro y a siniestro, de toda clase de visitantes, sin controles y sin nada. 3.- El abandono del control y protección de la frontera norte, para no molestar a las FARC y después a sus disidentes; con lo cual esa frontera pasó a ser el patio trasero de aquellos terroristas. 4.- El ya avisado fracaso indiscutible de la Senaim y su asquerosa mascarada. 5.- La descarada desinstitucionalización y el práctico desmantelamiento de las Fuerzas Armadas Ecuatorianas, cuando los jerarcas de la revolución cayeron en la cuenta de que no podían someterlas. 6.- La instauración del sicariato en Ecuador, que antes prácticamente no existía. 7.- La inocente provincialización de Santa Elena, que, en su momento, obligaría a designar o a nombrar toda clase de autoridades nuevas, especialmente fiscales, jueces penales y autoridades relacionadas con el control de las drogas, para que tuvieran a su cuidado, en lo que a ellos respectaría, todo ese inmenso perfil costanero y sus aguas, por las que ahora, de cuando en cuando, surcan “submarinos caseros” con la mercadería del caso y embarcaciones de pescadores convertidos en “mulas”; sin contar las famosas avionetas fantasmas. 8.- El posterior e inocultable incremento mayúsculo de la producción y tráfico de droga en y desde Ecuador. 9.- El permiso oficial para que los ciudadanos porten libremente droga (en cantidades  dizque “apropiadas”) para su propio consumo; con lo que, entre otras cosas, se le abrió la puerta al “microtráfico” entre menores de edad. 10.- El actual increíble consumo criminal de toda clase de  “droga barata” entre nuestros niños. 11.- Y un larguísimo etcétera que se lo dejo a los fiscales, a los politólogos y a los sociólogos.

El expresidente Correa es el principal responsable de lo que ha pasado, que no es más que una triste consecuencia de su más que pésima presidencia en general y, en particular, de todas las acciones y omisiones a su cargo en el manejo amigable de sus relaciones con las FARC...

Ahora bien, en mi modesta opinión, en el drama actual, buena parte de la responsabilidad de esta tragedia parece que también recae, aunque en menor grado, sobre la exagerada pasividad de nuestro presidente, pésimamente asesorado, que al parecer ni siquiera pudo entender oportunamente que el primer atentado en el Distrito Policial de San Lorenzo y las posteriores muertes de marinos ecuatorianos cerca del Destacamento Naval de Mataje fueron verdaderas “declaraciones de guerra” –aunque no convencional– del narcotráfico colombiano (y no de Colombia), que se confirmaron con los demás atentados de la misma laya; por lo que el Ecuador (perdido, como parecía estarlo) no pudo responder de inmediato –¡con todo y sin cuartel!– aun con lo poco que el gobierno anterior había dejado para su defensa, a esa cobarde acción bélica unilateral. Sin olvidar las irresponsabilidades de un par de ministros incapaces y de la canciller ausente, que tanto simpatiza con la historia fracasada de Alfaro Vive, Carajo y con las memorias de Fidel Castro y de Chávez, así como con los innumerables dislates y ñoñeces de Maduro; a quienes posiblemente ni se les ocurrió siquiera el pecado mortal de sugerir al presidente que consiga inmediata ayuda extranjera de los que más saben sobre las drogas y el terrorismo, como es el caso de los Estados Unidos.

Por lo demás, mis oraciones aparte, no quiero terminar sin dejar constancia de mi muy especial solidaridad con los familiares de esas tres víctimas inocentes que han sido diabólicamente sacrificadas por la maldad en su estado más puro.

Yo sé que el precio es demasiado alto, pero sin héroes como esos tres aún estaríamos en la penumbra que nos impuso el expresidente Correa con su ojeriza irracional para con los medios de comunicación independientes y con su supuestamente emblemática “Ley Mordaza”, pretendido triunfo de su irremediable resentimiento (según la descripción del mismo que Gregorio Marañón le regaló al mundo en su famoso “Tiberio”).

¡Esos tres héroes merecen un monumento, escoltados por los cuatro soldados también asesinados!(O)