Para William Shakespeare ser político era sinónimo de ser hipócrita; en sus obras los políticos por definición no son honrados. Según el profesor Stephen Greenblatt, Shakespeare se preguntó a lo largo de su carrera dramatúrgica cómo es que un país entero puede caer en manos de un tirano si se necesita de la voluntad de la mayoría de los gobernados. ¿Por qué las masas aceptan que les mientan? ¿Por qué, muchas veces, la mentira no es una desventaja sino algo que seduce a los seguidores? Según Shakespeare, ese desastre no podría ocurrir si no fuera porque se crea una amplia red de cómplices.

Shakespeare expone la tragedia de los pueblos cuando se dejan dominar por un líder claramente incapaz y que se torna peligroso por ser excesivamente impulsivo o indiferente en la búsqueda de la verdad. Shakespeare retrata los lamentables costos de esta sumisión, que incluyen la corrupción moral, el desperdicio de recursos económicos y la pérdida de vidas. Como el teatro era una estupenda vía para llegar a la multitud, todas las obras de Shakespeare sobre el poder de los reyes buscan saber si hay una manera de impedir que un gobierno arbitrario desobedezca la ley antes de que sea demasiado tarde.

En tiempos de Shakespeare, cuando gobernaba Elizabeth I, existía una fuerte censura y los escritores podían ser ejecutados si cuestionaban a los gobernantes o acusaban al rey de ser tirano. Los informantes iban al teatro para delatar aquello que se pudiera considerar subversivo. Por eso, para hablar de su presente, Shakespeare usó un “ángulo oblicuo” valiéndose de la ficción y de la distancia histórica: ninguno de los personajes tiranos de sus obras es contemporáneo; más bien, son figuras históricas de al menos cien años atrás o tomados del mundo antiguo clásico o ubicados en lugares remotos.

Con la técnica del empleo del debate en escena sobre asuntos de Estado, Shakespeare intervino políticamente en su época, pero evitando ser enviado a prisión o que su nariz o su mano fueran cortados o, peor, descuartizado. Pero su popularidad entre el público sugiere que la gente sabía que, al cuestionar a las figuras del pasado, realmente cuestionaba a las del presente. Según Greenblatt –autor del libro El tirano: la política en Shakespeare (Nueva York y Londres, W. W. Norton and Company, 2018)–, las piezas de Shakespeare sobre el poder desnudan la “indecencia espectacular” que padecía la nación.

En El rey Enrique VI la voz del oponente es intolerable y prima la lógica de conmigo o contra mí, y si no estás conmigo entonces te odio y te destruiré a ti y a tus seguidores. El poder sirve para aplastar. Ricardo III trata del hombre retorcido por el poder, que cambia la ley a su antojo, que es arrogante y narcisista, y que cree que puede hacer lo que le viene en gana. Exige lealtad pero él es incapaz de mostrar gratitud y quiere que solo se hable de él. Dice Greenblatt: “La política casi siempre ha sido asunto de las élites, que maniobran unas contra otras, mientras las masas anónimas de mensajeros, sirvientes, soldados, guardias, artesanos y campesinos permanecen en las sombras”. (O)