Un fenómeno político que ha venido creciendo de forma sostenida en los últimos años es el avance de una extrema derecha que se ha convertido ya en una opción de poder. Esta tendencia se diferencia de la derecha política tradicional por tener tintes fascistoides y erigir un discurso violento, intolerante, homofóbico y sobre todo antimigrante, e incluso se habla de demoler la institucionalidad de las sociedades democráticas.
Esto se intensifica con el triunfo del candidato a la presidencia de Brasil Jair Bolsonaro, que amparándose en un discurso anticorrupción ha destilado su odio hacia las minorías sexuales de su país; aparte de mantener una postura racista y machista, no ha dudado en alabar a la dictadura brasileña de los años 60 que ejecutó y torturó a decenas de opositores políticos. La postura del candidato del llamado Partido Progresista es eminentemente fascista. De igual manera el triunfo de Donald Trump, del Partido Republicano, en EE. UU., también se amparó en un discurso contra los migrantes que se ha vuelto más virulento a pretexto del éxodo de ciudadanos centroamericanos que se dirigen a EE. UU. Ambos casos han puesto en la palestra de América un fenómeno que se creía solo focalizado en Europa.
La migración ha alcanzado dimensión global. Proveniente de África, América Latina y otras regiones del planeta al Viejo Continente y al país del norte, lleva consigo un elemento que los sectores extremistas de derecha han utilizado desde tiempos pasados: el temor. El miedo a lo diferente, el miedo a perder puestos de trabajo y sobre todo el odio al color diferente de piel. Ese mismo temor que hizo surgir al fascismo en los años 20 y que se basaba en la absurda idea de la supremacía racial.
En Italia, el vice primer ministro Matteo Salvini de la fascista Liga del Norte prometió endurecer la política migratoria y amenazó a los migrantes indocumentados y a los que pretenden llegar a Italia que ya vayan haciendo las maletas para salir del país. En Alemana el partido neonazi Alternativa por Alemania o AFD se ha convertido en la tercera fuerza política del país, acaparando los votos de los sectores más empobrecidos y los descontentos con las políticas globalizadoras de Angela Merkel. Sus dirigentes han hecho declaraciones negacionistas que ponen en entredicho las atrocidades del Tercer Reich. De igual manera, el avance de la denominada Alianza Nacional, reemplazo de membrete del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen, que ha disputado la presidencia de la República en las elecciones pasadas en Francia, con un discurso antimigrantes ha puesto a temblar los cimientos del sistema francés. Grupos como el Partido de la Libertad en Holanda y Austria también están teniendo una presencia importante en sus respectivos países. Y en EE. UU., según el reporte de Southern Poverty Law Center, una organización antirracista, las organizaciones neonazis y antimigrantes han crecido en un 22% en los dos últimos años, alentados con el discurso del presidente Trump que se asienta en el rechazo hacia los extranjeros, especialmente sudamericanos y también a las minorías sexuales. Los ataques racistas en EE. UU. y Europa han subido desde el año pasado en una alta proporción, solo en Alemania se han denunciado más de 318 ataques entre 2017 y este año, mientras que en EE. UU., un informe del FBI del 2016 y publicado en noviembre del 2017 registra que se cometieron 6.121 crímenes de odio, de los cuales el 57,5% fue por razones de raza, etnia y linaje, en primer lugar; la religión alcanza un 21% y las preferencias sexuales el 17,7%.
El avance de una derecha violenta e intolerante va creciendo progresivamente y está dejando de ser un fantasma para convertirse en una tenebrosa realidad. (I)