A pocos días de finalizar el 2018, es importante resaltar las múltiples deficiencias y deudas con la sociedad que nos deja el sistema educativo. Estas fueron agravadas por los objetivos perniciosos de los funcionarios públicos puestos a dedo durante el régimen de Rafael Correa.

El régimen confundía –a propósito– calidad y cantidad por lo que se desarrollaron infraestructuras monumentales, malgastando el dinero de los ecuatorianos con las costosas escuelas del milenio, que actualmente proveen educación a tan solo el 2% de los estudiantes del país. También está Yachay Tech, el elefante blanco de la educación, sin proyección a futuro y con irregularidades tanto de orden estructural como administrativo. El correísmo quiso adueñarse de la educación, neutralizar su impacto social para desarticular el pensamiento crítico que una mente bien educada puede generar.

Precisamente un buen ejemplo a imitar es el sistema educativo francés reformado en 1883. El ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Jules Ferry, instauró un nuevo modelo en el que su piedra angular fueron el método cartesiano y los valores republicanos franceses (Liberté, Egalité, Fraternité). Este modelo ambicionaba la libertad intelectual de sus estudiantes tanto como lo debería anhelar cualquier sociedad abierta.

Cuando un Estado decide inducir una sedación cultural a sus ciudadanos, siempre empieza por la educación. En el caso de la educación superior ecuatoriana, su desempeño se vio debilitado, tanto en las instituciones públicas como privadas por las ya conocidas restricciones de carácter ideológicas y prácticas que fueron impuestas desde entes como la Senescyt, Caces y CES. Por medio de evaluaciones sin variables estandarizadas ni socializadas crearon rankings que desacreditaron a universidades que contaban con pedagogías vanguardistas e innovadoras, aniquilando la libertad de cátedra y el desarrollo de actividades académicas con la mera justificación de que no se adaptaban a los límites trazados por un grupúsculo de académicos.

Es imprescindible que la educación sea manejada de forma rigurosa. Ningún Estado debe instrumentalizar las instituciones académicas para moldear a su provecho a los jóvenes. Alexander Neill, fundador de la escuela Summerhill en 1924, destacaba que “de sus alumnos quiso hacer seres que no se dejaran guiar como un rebaño, seres autónomos, capaces de formarse su propia opinión, capaces de afirmarse”.

La educación en libertad solo puede ser garantizada cuando existen determinadas condiciones, en las que la innovación y la creatividad no sean castigadas sino más bien elogiadas, pues es como se crea mayor interés en las personas para desarrollar habilidades de pensamiento. La Universidad Casa Grande, además de ser reconocida por su inigualable metodología de “aprender haciendo” aplicada ya por 25 años, demostró ser un ejemplo de resiliencia ante los desafíos impuestos por la “revolución educativa” del régimen anterior.

A pesar de las continuas e inesperadas demandas generadas desde las altas esferas del ente rector de educación del país, supo mantener su esencia, que es formar ciudadanos en valores y capacitarlos para desempeñarse profesionalmente en los sectores más complejos de la sociedad. A contracorriente ha sabido cumplir con sus objetivos.

Que el propósito de Año Nuevo sea un 2019 con instituciones educativas libres y autónomas, que procuren independencia intelectual y espíritu crítico a las nuevas generaciones de nuestro país. (O)