En la actualidad, las tecnologías nos permiten acceder a un número incalculable de trabajos académicos muy interesantes. La complejidad radica en la capacidad que debemos desarrollar para identificar si tales trabajos coinciden con nuestros paradigmas sobre el desarrollo de nuestras sociedades. La catástrofe malthusiana y el reproche al crecimiento poblacional en recurrentes publicaciones han provocado que las agendas de muchos académicos y políticos avalen los controles y presiones gubernamentales para detener el desarrollo y por otra parte justificar que existe una irrecuperable incompatibilidad entre el desarrollo humano y el bienestar del planeta.
Es por esta razón que me produjo un profundo interés conocer más sobre el Índice de Abundancia de Simon propuesto por Gale Pooley y Marian Tupy (2018). En él, los autores sostienen que desde 1980 hasta 2017 la disponibilidad de recursos no se ha visto comprometida por el crecimiento poblacional, sino más bien, demuestran que la tierra en 2017 fue 379,6% más abundante que en 1980.
De acuerdo con el economista Julian Simon (1932-1998), cuyas teorías son la base para el desarrollo del índice mencionado anteriormente, el crecimiento poblacional tiene un efecto multiplicador muy positivo. A más población, mayor producción de ideas, por ende más innovaciones se desarrollan para mejorar la productividad y esto finalmente se traduce a un aumento exponencial de los estándares de vida de la población. No debería sorprender, pues, que desde 1820 hasta 2010 el promedio de ingresos per capita globales ascendiera de $ 605 a $ 7.890.
Por esto, ahora más que nunca el significado de desarrollo sostenible debe estar claro para nosotros. Naciones Unidas lo ha catalogado como el desarrollo que permite satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las del futuro. Pero no hay que equivocarse, ni creer las hipótesis de quienes viven de las perversiones a las problemáticas medioambientales con fines políticos.
Simon Kuznets, premio nobel de economía en 1971, desarrolló una teoría que planteaba que la relación crecimiento económico y empeoramiento de condiciones ambientales se manifestaría por medio de una curva en forma de U invertida. Al inicio de los procesos de desarrollo, las condiciones ambientales podrían empeorar, pero con el paso del tiempo mejorarían al igual que las ganancias aumentarían. Una de las lecciones más importantes de esta teoría es que deja en evidencia la rápida capacidad de los países desarrollados para orientar sus economías hacia el sector de los servicios, reduciendo los niveles de contaminación ya que de los procesos de industrialización se ocuparían los países ubicados al inicio de la curva.
Los seres humanos han desarrollado unas formas tan sofisticadas de cooperación que han sabido generar más riquezas que en el pasado. Además, han desarrollado tecnologías inteligentes, han aumentado las posibilidades de supervivencia por medio de avances científicos y también han aprovechado la especialización del trabajo.
No podemos ignorar el hecho de que en todos los procesos de desarrollo existirán personas que se sientan perjudicadas y no comprenderán los beneficios de la innovación. Como ocurrió con el ludismo al inicio de la Revolución Industrial, nuestra era conocerá un movimiento de personas asustadas por el avance y enquistadas en el pasado. El tiempo y la sana razón las conducirán al abismo. (O)