Una reciente medición divulgada por una conocida encuestadora determina que la aprobación de Lenín Moreno cae de forma sostenida hasta quedar con un 24,3% de aceptación en el pasado mes de junio, mientras que su credibilidad está en niveles del 23,1%; como modelo comparativo, el presidente colombiano, Iván Duque, tenía una aceptación del 29% el pasado mes; Martín Vizcarra, de Perú, una aprobación del 50%; mientras que Sebastián Piñera, el mandatario chileno, mantiene un respaldo del 33%, lo que sitúa a Moreno en un segmento relativamente bajo de aprobación en la región.

La importancia de medir la aprobación del desempeño de un gobernante se ha convertido, en los últimos años, en una herramienta fundamental para determinar la percepción ciudadana respecto del rumbo de un gobierno; sin embargo, hay quienes argumentan que la propia naturaleza de las encuestas encierra verdades a medias, que dejan al descubierto debilidades de métodos y estrategias que insinúan indicadores fiables como producto final, opinión a la que se suma una reflexión válida en el campo de las mediciones, como es la vigencia de políticos con gran carisma, que les permite contar con una importante aceptación popular sin perjuicio de que sus políticas públicas sean notoriamente deficientes. Es decir que, en ocasiones, la aprobación popular no determina necesariamente la realidad efectiva de una gestión presidencial.

Otro elemento para considerar se refiere al hecho de que la popularidad de los mandatarios en el caso ecuatoriano ha sido usualmente precaria a medida del avance de sus respectivos periodos, con excepción de Rafael Correa, cuya imagen y desbordada propaganda fueron aspectos básicos en el reflejo de elevados índices de aceptación. Revisaba una noticia de hace algunos años que señalaba que la popularidad de Lucio Gutiérrez (marzo de 2005) era de cerca del 35% y que, paradójicamente, era la más alta en el último periodo democrático, toda vez que los índices de popularidad de anteriores mandatarios “no superaban los veinte puntos, algunos incluso con indicadores por debajo del diez por ciento”; sin embargo, esa aceptación del 35% de Gutiérrez cayó en picada pocas semanas después por una diversidad de circunstancias, que ocasionaron su destitución en abril de ese año.

No hay duda de que la deteriorada situación económica y su secuela de incertidumbre es el factor que impulsa a la ciudadanía a desaprobar la gestión presidencial; sin considerar que ese elemento se convierta en un factor de desestabilización en los próximos meses, resulta importante que Moreno empiece a cuestionar las más notorias debilidades de su proceso, a menos que no le importe ingresar a ese resignado grupo de presidentes cuya motivación básica era contar al menos con el diez por ciento de aprobación popular. (O)