Me gustaría que imaginen lo siguiente. Sócrates vive en el año 2019, sube a la palestra a un grupo de estudiantes y les pide que defiendan sus argumentos de un debate anteriormente planteado. Por supuesto, el filósofo griego no duda en recurrir al famoso método socrático. Así comienza a interrogar a sus estudiantes, les realiza constantes preguntas, con la mera intención de que ellos sean capaces de sostener sus argumentos. El fin último es lograr que algunos de ellos se contradigan y así demostrarles que sus argumentos no tienen sustento. La tecnología es el mejor recurso que los estudiantes tienen a su disposición y cada vez que Sócrates les rebate una idea, Google les envía noticias de portales sin ningún tipo de rigurosidad académica, pero como están en la nube, asumen que todo es verdad.

Ahora volvamos a la realidad. Sócrates nunca escribió un libro, pero lo que conocemos actualmente sobre él es gracias a los escritos de sus discípulos, entre ellos Platón y consecuentemente Aristóteles. Lo principal que debemos rescatar del legado de Sócrates para nuestras democracias modernas es la importancia de poner en evidencia las incongruencias de nuestras afirmaciones, tanto en la vida política, social e individual.

Esto resulta cada vez más complejo porque hemos perdido la capacidad de argumentación. Cada vez más, nos sentimos con la autoridad de discutir y decretar sobre temas que no siempre dominamos. Hoy estamos especialmente blindados por una serie de algoritmos que lo único que permiten es que nuestras interacciones sociales sean endogámicas. Nos limitamos a escuchar y leer lo que queremos y rechazamos todo lo que no comulgue con nuestra ideología o principios. Sócrates se deberá estar retorciendo en su tumba.

Por esta razón, en la actualidad resulta irresistible sentirse atraído por una causa, a pesar de conocer lo mínimo o quizá nada de ella. Muchos ecologistas, abortistas, feministas, entre otros, asumen como propia la lucha por el simple hecho de que la sociedad lo considera mainstream. Sobre todo cuando estas causas apelan a las sensibilidades o despiertan diversos sentimientos de culpa, es sencillo que la sociedad se identifique con ellas.

Durante la huelga climática realizada en Guayaquil hace unos días, algo que llamó mi atención fue una manifestante que mostraba un cartel que decía: “El frío de Guayaquil no es coincidencia”. Además de ser una afirmación peligrosa, no es nada más que un ejemplo de fake news. Solo cabe invertir 2 minutos de nuestro tiempo para consultar en el portal del World Meteorological Organization y conocer que la media de temperatura en la ciudad durante los últimos 30 años, en los meses de agosto y septiembre ha sido de 20.5 grados Celsius. El frío en Guayaquil efectivamente no es una coincidencia, es una realidad normal y constante. Este es solo un ejemplo de cómo las cosas pueden ser discutidas sin fundamento.

Es hora de hacer nuestro mantra la frase más reconocida de Sócrates: Solo sé que nada sé. De esta manera, antes de hablar investigaremos más y seremos más curiosos intelectualmente para así nunca más ser portavoces de mensajes infundados. (O)