¿Con qué estado de ánimo nos abocamos a la celebración navideña que está ya tan próxima, después del impacto vivido por la violencia desatada en nuestro país y en otros países hermanos de América Latina que parece no tener fin?
Y si sumamos los sufrimientos particulares de cada familia, las enfermedades, pérdidas naturales o violentas de seres queridos, el peligro cada vez mayor por el incremento de la delincuencia, más la crisis económica y el desempleo, pareciera que no hay espíritu para celebrar la Navidad.
¿Cómo transformar los sentimientos de temor, angustia, miedo, incertidumbre ante el futuro por la esperanza que involucra esta fiesta?
¿De qué manera podemos dejar atrás la rabia, la impotencia y el despecho causados por la lentitud de la justicia para llenarnos de la paz y alegría que nos trajo el mensaje de los ángeles en la primera Navidad?
Sí, “gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. ¿Cómo lograrlo?
No se trata de ser indiferentes y hacer un paréntesis para luego retomar el mismo espíritu abatido o impotente ante la persistencia de la multitud de problemas que se mantienen. ¡No!
Porque considero que la Navidad es algo más que una celebración familiar y un intercambio de regalos. Es más que esos momentos hermosos que se comparten con los seres queridos… ¡Es mucho más!
La Navidad cristiana es la oportunidad de renovarnos en Jesús que está siempre listo a entregarnos su gracia, su luz, su verdad a fin de liberar nuestros corazones y disponerlos para aportar efectivamente en la construcción de su reino de amor.
La Navidad es el tiempo de recuperar o reforzar la virtud de la esperanza cristiana. Esto es factible a medida que creamos que sí existe el Amor, ese con mayúsculas que se respira cuando alguien busca la justicia, practica la fraternidad, perdona de corazón, es paciente, generoso, compasivo y capaz de mirar el dolor o carencias que hay a su alrededor sin cruzarse de brazos.
Y si así actuamos, brotará la esperanza en muchos para librarnos de la indiferencia o pesimismo que nos inmoviliza frente a tantas necesidades reales.
Entonces sí podremos vivir la Navidad como Jesús quiere que la vivamos, respondiendo a su ejemplo perenne de entrega total. Siendo como Él, pan partido, que se reparte con amor y alegría, con ilusión y con fe en la posibilidad de despertar lo mejor en los demás.
Seamos como el pan de Pascua que se disfruta en familia, con amigos y que nunca viene mal aunque sea un pequeño trozo…
Entreguemos humilde y sinceramente nuestro corazón abrumado a Jesús, el gran cumpleañero, para que lo transforme, suavice y convierta en pan que se entrega y que nunca se acaba, porque esa es la levadura que lo hace cada vez mejor pan: el darse como Jesús se dio y se da por entero a todos y a cada uno.
¡Así podremos disfrutar y prolongar la Navidad para siempre!
(O)