Después de publicar mi último artículo, en el que analicé las emes –más emprendimiento, menos intereses, menos impuestos, más inversión y más educación digital–, quedó pendiente la tarea de desarrollar las emes más solidaridad y más Ecuador. Creí oportuno escribir antes de que termine el 2019, particularmente después de los imprevistos paros de transportistas e indígenas, de octubre, que afectaron profundamente la economía y autoestima nacional.

Las principales virtudes de los ecuatorianos son: trabajo, emprendimiento y solidaridad. La solidaridad se reflejó en las acciones humanitarias realizadas luego del terremoto del 2016; y en Guayaquil, en particular, se evidencia desde hace algunas décadas, en el servicio comunitario que presta la Junta de Beneficencia, administrando hospitales, escuelas, hospicios, Instituto de Neurociencias, panteones, entre otros.

Hace diez años, cuando trabajé en una gran empresa agroindustrial, conocí una persona solidaria, cuyo nombre es Tito, guardián de la planta, quien invitó a mi familia a almorzar en su humilde vivienda. Luego de servirnos pescado frito con arroz y patacones, leyó la Biblia y expresó: “Nadie como ustedes nos ha visitado”. Esa frase impactó a mi familia, marcándonos para toda la vida, porque evidenciaba el espíritu solidario y bondadoso de aquella familia de Durán.

En Cotopaxi experimenté uno de los principales rasgos del ecuatoriano: ser trabajador. Cuando era productor agroindustrial y exportador de flores, supervisé el trabajo de cien obreros agrícolas –la mayoría indígenas–, que no solo fueron solidarios con la empresa cuando la afectó una fuerte helada, sino que trabajaban desde las 6 am, con responsabilidad, honestidad y eficiencia.

Vivimos una época inusual en Latinoamérica, que nos obliga a analizar y discutir civilizadamente, a la sociedad civil, gobiernos locales y central, iglesia, empresa, trabajadores, academia y ciudadanos, sobre cómo convertir al Ecuador en una sociedad más solidaria, justa, incluyente, responsable, que proteja a los vulnerables y ofrezca oportunidades para todos.

En mi trabajo he experimentado historias impresionantes, como el abandono de un recién nacido en nuestras instalaciones, que lo entregamos oficialmente a la Dinapen –como dispone la ley– o, la de una mujer de 30 años, aparentemente discapacitada, que estaba perdida y quería viajar a Quito. Ninguna institución podía o quería recibirla por falta de presupuesto y desde las 08:00 contactamos con la Policía, el MIES, el Instituto de Neurociencias, hasta que, finalmente, a las 23:00 pudimos enviarla al hospital del IESS, en el sur, donde la evaluaron y al siguiente día la entregaron a su familia.

Me pregunto, ¿qué habría ocurrido si alguien se llevaba al niño o a la mujer?

Debo recalcar que la Municipalidad hace una gran labor con varios programas sociales como: Amiga ya no estás sola, para la prevención y erradicación de la violencia contra la mujer; Por un futuro sin drogas, para la desintoxicación de jóvenes; ventanillas inclusivas para atención a los usuarios con discapacidad, programa por el cual la Dra. Cynthia Viteri recibió un reconocimiento como Alcaldesa Solidaria e Incluyente de Latinoamérica; sin embargo, se necesita más ayuda solidaria, siendo esta responsabilidad de todos los ecuatorianos.

Existen personas naturales y jurídicas que han demostrado solidaridad, especialmente con ciudadanos de capacidades especiales, de escasos recursos, con enfermedades psiquiátricas o catastróficas, que no deben ser “abandonados a su suerte” por la sociedad, gobiernos locales o central.

A propósito de lo expuesto, escuché que el Instituto de Neurociencias –que atiende pacientes de todo el país– tiene problemas presupuestarios que afectan su óptimo funcionamiento. Esta institución, que es administrada por la Junta de Beneficencia, merece apoyo prioritario, porque es inhumano devolver a los pacientes a sus familias, que no cuentan con recursos, medicinas, infraestructura, ni competencias para cuidarlos apropiadamente.

Debido a la exuberancia irracional del gobierno anterior, se inflaron presupuestos a nivel general, que ahora no tienen financiamiento; por tanto, están sufriendo las consecuencias fundaciones solidarias e instituciones como Solca, Junta de Beneficencia, Hospital León Becerra, entre otros. El Gobierno central podría, específicamente, apoyar al Instituto de Neurociencias, bastaría con expedir un decreto ejecutivo que asigne un porcentaje mínimo –que puede ser cobrado por la banca en los créditos que desembolsan–, que cubra el potencial déficit presupuestario del Instituto.

Otra institución que merece mayor apoyo es Diakonía, el Banco de alimentos regentado por la Iglesia católica, que se dedica, prioritariamente, a recuperar frutas, vegetales y comida cocinada, que normalmente se desperdicia. Conozco que la Municipalidad de Guayaquil trabaja con el banco, para clasificar estos alimentos y distribuirlos a entidades de acción social debidamente organizadas. Para tener una comparación internacional del impacto que tendría este programa, el Houston Food Bank distribuye 104 millones de comidas nutritivas al año, alimentando a 800 000 personas.

Finalmente, podría establecerse que las personas naturales o jurídicas, nacionales o extranjeras que residan legalmente en Ecuador y apoyen a fundaciones certificadas por el Estado en los campos de la salud y alimentación reciban un crédito tributario de hasta 5 % en el pago anual de su impuesto a la renta o en el impuesto al valor agregado.

La solidaridad es una virtud que en esta época de Navidad nos recuerda que todos somos responsables de todos, y que si queremos un mejor Ecuador debemos empezar por mejorar las condiciones de los más vulnerables para evitar nuevas protestas sociales en el futuro; además de que ayudar al prójimo eleva nuestra autoestima y nos aporta felicidad. (O)