¿Vieron el video de la fiesta de Assange y Patiño? Que alguien baile no es delito. Pero se trataba de quien era canciller de la República, que viajaba con su séquito y viáticos, para hacer ciclismo en las calles de Londres y organizar la fiesta; contemplativo y cómplice al entregar la sede diplomática, que terminaría siendo departamento de soltero y salón de diversión del señor Assange. Molesta porque se divertían con recursos públicos, incluidos el señor Baltazar Garzón, José María Guijarro, alias el Chema, Eva Golinfer y otros personajes, que recibían suculentos honorarios. La gran fiesta fue parte de la década de farra que dejó un país en despojos.

El asilo al hacker fue siempre una gran fiesta. Se montó desde antes que apareciera en la embajada de ‘sorpresa’. El canciller Patiño, meses atrás, envió un equipo para que adecuaran la mitad de la sede diplomática para el futuro invitado, con un costo superior a los 300 000 euros. No era una convicción por la libertad de expresión o información. Mientras se cobijaba con todos los privilegios a quien había cometido delitos sexuales, acusado de espionaje y robo de información secreta de Estado; acá, se perseguía a los comunicadores, se los enjuiciaba buscando millonarias indemnizaciones. Y como si no fuera suficiente, se imponía una ley para silenciar la información. La opinión se volvió delito.

Pero no importaba. El régimen autoritario buscaba sensacionalismo universal. Erigir a un caudillo en celebridad internacional. El héroe que se atrevía a desairar y ridiculizar al ‘imperio’. La ansiedad de fama y el desenfreno de una dolencia egocéntrica. Correa se consideraba no solo líder del SSXXI sino un personaje de renombre mundial. Quería ocupar un asiento de primera fila en la nueva guerra fría.

Assange, endiosado y de personalidad atropellada, pronto sería el dueño, amo y señor de la embajada. Imbuido de un poder sin límite. Hizo de la sede diplomática su propia casa. Maltrataba al personal y a los miembros de la seguridad; y, otras porquerías impublicables. Hechizó a una embajadora y una canciller. Al fin, solo eran románticas socialistas y admiradoras de un famoso y venían de un país ‘insignificante’.

El asilo de Assange fue un millonario espectáculo. Una danza y un simulacro de propaganda. La gran fiesta: contrataron los servicios de seguridad de una costosa empresa española, la que tendría varios videos de la vida loca de Assange en la embajada. Trasladaron funcionarios de la Senain para que hagan los mandatos, adquirieron costosos equipos para que el preferido espiara a los ‘enemigos’ y cumpliera a cabalidad su oficio de hacker. El australiano manipuló información para perjudicar la candidatura de Hillary Clinton y al servicio del señor Putin. Hasta se inmiscuyó con el separatismo catalán.

Al fin, Correa y Eva Golinfer recibieron una buena gratificación de Putin como entrevistadores de Russia Today, el canal estatal. Pero también, tras bastidores y como elemental presunción, se dice que, en países con regímenes autoritarios y opacos, se puede guardar toda una fortuna. (O)