Mientras aún intentamos procesar esta experiencia surrealista de encierro, de pérdidas, ausencias, enfermedad y dolor, las noticias de corrupción nos asquean; es inmoral que se lucre ante la muerte y la tristeza.

El hartazgo nos invade; hartazgo ante un cinismo recurrente de autoridades, exautoridades, funcionarios públicos, políticos de izquierda o de derecha; todos siguiendo el mismo libreto y discurso, son defensores del pueblo, de los pobres e indefensos, aliándose sin sonrojarse cuando las conveniencias lo ameritan. Son todos inocentes víctimas de persecución, vociferando indignados su inmaculada honradez a pesar del torrente de evidencias de su vandalismo. Lucen diferentes, unos más refinados que otros, pero tienen en común que son todos demagogos; basan su estrategia para conseguir poder político en manipular las emociones, resentimientos y miedos de ese “su pueblo”. Aristóteles definía bien a la demagogia como “la forma corrupta o degenerada de la democracia” donde los demagogos son “aduladores del pueblo”; esos aduladores que manipulan a las masas para alcanzar el poder en beneficio de su propio interés sin importarles el bien común.

Los griegos consideraban que las sociedades se movían en un triángulo con tres “des”; la democracia, que promulga la intervención del pueblo en el gobierno; la demagogia, que es una degeneración de la democracia en la que se manipula al pueblo con promesas y zalamería; y la dictadura, donde se impone la autoridad violando la legislación y ordenamiento jurídico vigentes. Las sociedades estarían atrapadas de forma cíclica, a través del tiempo, entre los vértices de este triángulo, pero hay un riesgo mayor de que el triángulo se deshaga en una línea de ida y vuelta entre demagogia y dictadura, cuando la democracia esté corrompida por los demagogos.

Hoy, una de las mayores víctimas de la pandemia viral será la educación. Una educación “virtual” vedada para incontables familias sin posibilidades de tener un computador, mucho menos dos, tres o más para cubrir las necesidades de varios hijos; padres que apenas saben leer o escribir enfrentados a una tecnología que desconocen, frustrados ante la impotencia de brindar un mejor futuro a sus hijos. Para unos pocos privilegiados no es un problema, han crecido con computadores, tabletas o teléfonos inteligentes; para otros, la gran mayoría, equivale a una condena, condena a la miseria, condena a procesos de selección académica injustos basados en la clase social más que en las capacidades, condena a ser víctimas de las zalamerías y mentiras de demagogos inescrupulosos.

Alertemos sobre esta grave amenaza, no seamos ilusos creyendo que no nos afecta. La ampliación de la brecha educativa afecta todo el sistema. Niños y jóvenes serán relegados, generaciones que sin duda serán víctimas de demagogos corruptos que utilizarán la democracia para su beneficio.

La teleducación excluye aún más a las poblaciones ya vulnerables y relegadas de nuestro país; si aquellos con acceso a la tecnología no tomamos conciencia de ello, seremos también víctimas de una democracia degenerada convertida en una “dictadura de los demagogos”. (O)