Tenía 12 años y esperaba con ansias afuera de mi casa la llegada del taxi que traería a mi abuelo del aeropuerto. Había adelantado su regreso por una tos que no se iba y le impedía disfrutar y sentirse bien. Recuerdo que apenas lo vi, corrí para abrazarlo y me dijo: “Tengo algo para ti”; sacó de su bolsillo una cajita verde con un diseño de hilos dorados y exclamó: “Ábrela”, al hacerlo, descubrí un collar de perlas. Levanté la mirada y confundida esperé en silencio una explicación; “es para que lo uses en la fiesta de tus 15 años”. Cerré la caja y extendí la mano con el regalo diciéndole que no lo aceptaba, que mejor lo guardara y me lo volviera a entregar cuando llegue esa fecha.

Me miró desde la dulzura de sus enormes ojos verdes, sonrió con la ternura que siempre me cobijó y me dijo: “No, es necesario que lo guardes. Tal vez yo no esté para ese momento y quiero que en ese día importante lo uses y te acuerdes de mí”. Lloré mucho por aquello que sus palabras insinuaban, pero él intuía lo que yo desconocía, el cáncer se lo llevó dos meses después de esa charla. Ese collar no solo me acompañó el día de mis 15 años, también estuvo en mi matrimonio y me lo pongo en todos los eventos importantes o que me generan nerviosismo. Usarlo me hace sentir en su compañía y me da paz.

Cuando recuerdo esta anécdota, viene a mi mente la pregunta ¿qué dejamos cuando nos vamos? La vida nos brinda la oportunidad de hacer y deshacer, lastimar y curar, herir y ser heridos, perdonar, soltar y continuar, pero la muerte solo muestra nuestro legado trabajado. Nadie conoce el día ni la fecha de su hora de partida, pero todos vivimos con la arrogancia de creer que ese momento no existe, olvidando que es inexorable y nos está esperando más rápido de lo que quisiéramos, ¿entonces? Si tuviéramos que partir hoy, ¿cuál sería el recuerdo con el que quisiéramos que nuestra gente amada se quede? ¿Lo que hacemos en este momento es lo que quisiéramos que ellos retengan en la memoria?

Por consiguiente, siento que debemos vivir intensamente y en constante coherencia entre razón, corazón y acción, como si supiéramos que hoy se terminara todo. Es momento de concretar pendientes y tener clara la diferencia entre aquello que es importante, prioridad y vital. Hagamos recuerdos diarios, no esperemos viajar a un lugar determinado para tener un momento especial. La felicidad siempre estará en la sencillez.

Recuerdo que durante una época difícil en mi vida, me despojé de muchas cosas materiales. Al principio fue difícil, pero andar ligera me ha traído aprendizaje que incluye valorar aquello que no tiene precio, como el amor. Sin embargo, todavía conservo esa cajita verde, ya los hilos están medio deshilachados por algunas partes y no es tan bonita, pero sigue guardando el amor de mi abuelo en cada una de las cuentas de ese collar.

Finalmente, detengamos el paso, miremos quiénes vienen detrás de nosotros y volvamos a la pregunta ¿qué dejaré cuando me vaya? Con base en la respuesta debe ser el estilo de vida que llevemos de ahora en adelante, como decía Mario Benedetti: “Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida”. (O)