… y nosotros nos enamoramos.” Una de las icónicas líneas de Casablanca (1942). Las palabras son de Ilsa. Esta vez no nos atraviesa una Guerra. Y ahora no voy a escribir sobre el amor (lo que es igual a decir: ver el mar por primera vez, redimir el tiempo, morir por el otro y burlar la muerte, entregar el alma y recibir la otra como un recipiente de agua clara y limpia en la que lavo mis ojos y refresco los labios, poesía sin letras, gravedad que te arroja a la ternura, clamar “sin ti no puedo”, y así). La pandemia nos azota y los alumnos de la Universidad Politécnica Salesiana me contactan para tener una tertulia digital. El tema: mi experiencia (corta) como columnista de opinión. El mundo se derrumba y los jóvenes no reniegan de sus sueños. La pandemia no solo destapa la podredumbre, abundante.
Consejos, preguntas, dudas. Idea básica: escribir es reescribir. ¿El secreto de la escritura? No hay secreto. Solo hay trabajo y más trabajo, horas sobre horas que caen como planchas de acero. “Un largo y lento aprendizaje,” que decía Pynchon. Perseverancia. Los sueños se arañan a las horas que pasan, a las series que ignoras. Lo bueno cuesta. Lo que cuesta es valioso. ¿Qué hacer frente a la página en blanco? El vértigo, sin duda, de la libertad absoluta. Ser un escueto dios, ¿cómo empezarías la creación? Importancia de la sección opinión, otro tema. Esencial. No solo de la sección opinión, sino del tener una opinión. El mundo de Google y Twitter es la pirotecnia de la información y los datos. Pupilas tatuadas hasta el hartazgo de letras y porcentajes, hechos y fotografías. La sección opinión es el estómago escondido entre las páginas acartonadas del periódico, la digestión de los datos, el pensamiento crítico. La columna como generador e incentivador de opinión.
Una más personal: ¿inspiraciones, modelos? Tres muertos. Sí, con su mentalidad de otro tiempo, con sus errores y horrores personales. Lo son por lo que dijeron y, sobre todo, por la manera en que lo dijeron. Sabemos que el cometido del arte no es el de proliferar lo políticamente correcto ni el edulcorar las palabras. La cuchara luego de la miel es pegajosa y molesta. El arte, la estética, su etimología: el ser palpable por los sentidos. Es decir, el acercarte las cosas a los ojos, el ponértelas bajo la nariz (destacado lo de Süskind en El perfume), y sí, con frecuencia, apesta a miseria, a racismo, a vulgaridad, también a belleza y heroísmo. Gadamer decía de la palabra poética: “Mantenimiento de la proximidad.”
¿Qué es la libertad de expresión? El poder decir lo que sea. También, y quizá más aún, la responsabilidad (como futuros comunicadores) de lo que se dice, la manera en que se dice, las razones, la honestidad. Me preguntaron si alguna vez me censuraron. No he pasado por tal experiencia. No menos importante fue el último empuje. El soñar en grande, hoy más que nunca. Sin los sueños no vale la pena vivir ni sin ellos se puede atravesar los círculos de fuego ni sortear los vientos afilados y húmedos. Hoy la pandemia, mañana la penuria, y luego los vicios y la violencia y la frivolidad desalmada. Construir cuando todo se destruye. (O)