Resulta habitual que los periodistas de medios públicos o privados, ante la aparición de una noticia relevante, publiquen en las redes sociales sus opiniones personales sobre el tema; en varios países como Alemania o Francia, dichas opiniones, además de ser consideradas una práctica común y deseable en la medida en que sirvan para fomentar el debate público o la crítica constructiva, se encuentran jurídicamente protegidas con ciertos matices en algunos casos. En Francia, por ejemplo, se recomienda que cuando un periodista abra una cuenta personal, advierta paralelamente que sus opiniones no reflejan la posición institucional del medio en donde trabaja.

Ahora bien, la reciente decisión por parte de la British Broadcasting Corporation (BBC), uno de los medios de comunicación más respetados del mundo, de prohibir que sus periodistas opinen libremente en redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram, ha causado polémica y ha revivido el eterno y complejo debate sobre el papel de los medios y la capacidad que estos tienen de imponer límites de opinión a quienes colaboran con aquellos.

El nuevo director de la BBC, Tim Davie, señaló la semana pasada que “si quieres ser un columnista obstinado o un activista partidista en las redes sociales, es una opción válida, pero no deberías trabajar en la BBC”, y añadió que si se permite la expresión de opiniones de carácter político en redes sociales, se corre el riesgo de perjudicar la reputación de imparcialidad de la emisora británica. Existen casos parecidos al de la British Broadcasting Corporation en los cuales se busca proteger la imagen y reputación del medio: The Washington Post, en su guía de utilización de redes sociales, sostiene: “We must remember that Washington Post journalists are always Washington Post journalists”, reduciendo así de forma indirecta la libertad de opinión de sus empleados, quienes deben tener siempre presente que cualquier contenido asociado a ellos en redes sociales es, para fines prácticos, el equivalente a lo que aparece en el periódico bajo su firma.

Esto no significa que la pretensión de imparcialidad que busca el medio sea algo negativo, en el caso particular de la BBC considero que su preocupación incluso es legítima si se tiene en cuenta que abundan los casos de periodistas que se extralimitan en redes con comentarios injuriosos, ofensivos o tendenciosos que infringen las políticas del medio; no obstante, es importante tener en cuenta que cualquier gestión conducente a prohibir la libertad de expresión u opinión transita en medio de las peligrosas e indeseables fronteras de la censura.

¿Tendría asidero en Ecuador la decisión de un medio de prohibir que sus periodistas opinen de forma libre en las redes aún más si contrarían ciertas políticas de pensamiento del diario, o la libertad de opinión debe ser absoluta e inclaudicable? ¿La expresión de las ideas políticas de un periodista de un medio, que se supone imparcial, condiciona de alguna manera la percepción general que tiene el público de sus noticias al punto de que cuestiona su neutralidad o credibilidad? ¿Imparcialidad disfrazada de censura o libertad de expresión? El debate queda abierto. (O)