Hace poco aprendió a andar en bicicleta. Se cayó e hizo un raspón tan grande que se me encogió el estómago cuando lo vi. Me dijo que le dolía, pero que no iba a dejar de rodar en bici, y me quedé pensando que hace once años estaba acostada en un quirófano con el abdomen abierto, sintiéndome débil mientras el doctor se sentaba a la altura de la oreja para decirme: “La niña no debía nacer hoy, tiene agua en sus pulmones, pero ya está siendo tratada; sin embargo, si no nacía hoy, no llegaba a mañana, tu placenta está deshecha”, me puse a llorar, así que me sedaron y me quedé dormida. Al despertar trajeron a mi Patucha. Ella, la que vino sin avisar y nació cuando creyó necesario. La bautizamos Renata, que significa “la que volvió a nacer”, porque ella hizo renacer la esperanza de días mejores para la familia.
De esa bebé no queda nada, doña Renata es decidida y fuerte, no teme intentar las cosas las veces que sean necesarias hasta que salgan bien, sin embargo, también posee una ternura insondable y siempre está dispuesta a ayudar para hacer agradable la vida de quienes la rodean . Ha vivido situaciones dolorosas a su corta edad y aunque los cambios radicales que vivimos como familia la remecieron, no la derribaron. Me pierdo en sus ojos grandes, aunque estoy enamorada de los hoyitos que se le forman junto a la boca cuando sonríe.
A veces la veo tan fuerte que tengo que recordarle que aún es pequeña, que llorar es necesario y hablar, vital. Todas las noches leemos historias de mujeres que han generado un cambio positivo para la sociedad; su aspiración es formar parte de esas páginas y estoy segura de que así será. Ella sigue las normas, no busca rebelarse, respeta el orden, acata órdenes, pero logra siempre que su voz sea escuchada, defiende a rajatabla su pensamiento y tiene claro que las mujeres podemos lograr todo lo que nos propongamos.
También, tiene un alto sentido de equidad, recuerdo cuando era más pequeña y me preguntó un 1 de junio: ¿Cuándo es el día de la niña? Tuve que explicarle que era un genérico y que las niñas estaban incluidas, no le hizo gracia y me encantó su inconformidad. Me hizo reflexionar que lo establecido y repetido constantemente no siempre está bien.
Hace poco me di cuenta de que mi niña no se pierde ninguna de mis columnas. Quiere comprender conceptos y conocer mi postura frente a temas diversos que le son extraños; escucha atenta las conversaciones que sostenemos con su hermana sobre minorías y participación femenina en la sociedad, y cada vez pregunta menos y aporta más.
Anhelo ser ejemplo de fortaleza para mis chicas, pero en una suerte de ironía, mi fuerza viene de ellas. Creo que los padres aprendemos una lección diaria con nuestros retoños para poder adaptarnos, transformarnos y sobrellevar las diversas circunstancias que se nos presentan, además, estoy convencida de que los hijos llegan con algunas misiones en la vida, pero la más importante es convertirnos en mejores personas.
Finalmente, hoy celebro su vida y me quedo con las palabras de Frida Kahlo, pintora favorita de mi cumpleañera: “Pies, ¿para que los quiero? Si tengo alas para volar”. ¡Vuela alto, Renata! (O)