La ciudadanía, a través del Comité por la Institucionalidad Democrática, ha presentado una propuesta de reforma parcial de la Constitución, en la que se plantea, entre otras cuestiones, un rediseño de la Asamblea Nacional transformándola en bicameral.

La crisis del sistema político y la ruina de la representación es percibida por una comunidad desencantada. La Asamblea tiene un enorme déficit de ética, legitimidad y credibilidad. Es una vergüenza y una lástima.

Conviene pensar en la reimplantación del Senado, como respuesta al problema existente. Podríamos confiar en la bicameralidad como remedio para mejorar el trabajo legislativo, siendo una Cámara de revisión, corrección y de segunda lectura; libre de la pasión y los ardores de la retórica. Se busca que sea una instancia de reflexión, control interno, equilibrio y moderación. Que decida los enjuiciamientos políticos y los tratados internacionales; y asuma la potestad de designación que hasta ahora la ha manipulado el CPCCS, entelequia perversa creada por socialistas del siglo XXI.

En la propuesta se fija un periodo de dos años para los asambleístas provinciales (Cámara de Representantes), que se renovarán a mitad del periodo presidencial. Esta parte sufre de una flaqueza: dos años es un periodo muy corto. Una elección intermedia afectará la estabilidad y condenará al ejecutivo a un suplicio y una lenta agonía. En vez de reforzar la gobernabilidad, se estaría debilitando al agrandar la conflictividad, la pugna de poderes y el bloqueo institucional.

Se piensa que con el Senado se produciría un mandato diferente al de los representantes.

Pero es probable que esto no suceda, puesto que no se trata de un Senado con representación territorial, como sucede en los estados federados, o de intereses como ocurrió con los representantes funcionales.

¿Cuál es el riesgo, más allá del diseño teórico y en el terreno de la inclemente realidad?

Que la representación se doble, considerando que la elección senatorial estará sometida a la misma lógica que imprimen las candidaturas presidenciales. No olvidemos que se trata de una representación política de los partidos. Si la candidatura presidencial logra influir y captar la adhesión a los electores, tal apoyo será tanto para los asambleístas provinciales como para la lista nacional de los senadores. Ahí radica el riesgo de duplicar la representación, que inquietaba a Emmanuel Sieyès.

La lista de senadores provendrá de los partidos; y ahí estarán figuras nacionales, pero también caudillos y caciques provinciales. Entonces, no hay que ilusionarse con que mejore la calidad de la representación. Siendo el mismo sistema electoral, los mismos electores, los mismos partidos, los mismos líderes que reclutan las candidaturas, la misma dinámica clientelar, resulta obvio suponer que tal lógica y dinámica incidirá en la composición de las dos Cámaras.

Por lo anotado, la composición del Senado será la misma que la de los asambleístas provinciales. Pensemos en el Senado, pero sin exceso de optimismo e ilusión. Quizá a la vuelta de unos años nos espera una nueva frustración. (O)