Situaciones agobiantes suelen detonar crisis que comprometen la salud mental de las personas, quienes deberían poder contar con atención especializada oportuna, pero se suele menospreciar u ocultar esa realidad y, lejos de buscar información para una mejor comprensión al respecto, se imponen los prejuicios, la estigmatización.

Entre los trastornos mentales más frecuentes está la depresión, que en casos extremos puede derivar en suicidio.

Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, la depresión afecta en el mundo a unos 121 millones de personas. Y solo una minoría solicita o recibe tratamiento.

La Dirección Nacional de Muertes Violentas (Dinased) presentó ayer las cifras de suicidios del país. Desde enero hasta octubre del 2020 se han registrado 977 casos, la mayoría asociados a problemas sentimentales y familiares. No es un asunto menor y merece atención.

La salud mental de la población se relaciona con la promoción del bienestar, la prevención de trastornos mentales y el tratamiento y rehabilitación de las personas afectadas por esos trastornos.

Esa definición debería ser ampliamente difundida entre la población, para contrarrestar el estigma social que conlleva el padecimiento de algún desorden relativo a la salud mental, para que la comunidad se interese en conocer sobre medidas de prevención y detección de síntomas y sepa a dónde acudir en busca de tratamiento.

Con base en investigaciones actuales, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) señala que la prevención del suicidio abarca una amplia variedad de actividades que van desde el ofrecimiento de las mejores condiciones posibles para criar a los niños y jóvenes, pasando por una evaluación exacta y oportuna de los trastornos mentales y su tratamiento eficaz, hasta el control ambiental de los factores de riesgo.

En la compleja tarea de promover la salud mental deben aplicarse los profesionales de la salud, educadores, oenegés, gobiernos, legisladores, comunicadores, familias y comunidades. (O)