En 1999, el filósofo francés Edgar Morin, propulsor del pensamiento complejo y figura clave en las directrices de la Unesco, planteó los Siete saberes necesarios para la educación del futuro. No esperábamos entonces cambios tan trascendentales, y menos a la velocidad en que han ocurrido, de modo que sus declaraciones fueron tomadas principalmente como fuente de inspiración. Pero Morin estaba en lo cierto.

Que el conocimiento no es una herramienta ready made y que nos corresponde abordar los problemas globales, inscribiendo allí los conocimientos locales, apuntaba Morin. Que hay que reconocer la unidad y complejidad de la condición humana, reorganizando la brecha entre ciencias y humanidades. Que debemos enseñar la identidad terrenal, confrontada por problemas de vida y muerte en una misma comunidad de destino. Que hay que preparar nuestras mentes para afrontar lo inesperado y fomentar la comprensión desde sus raíces. Que tenemos que trabajar en la ética del género humano desde la triple realidad de individuo-sociedad-especie, como base del concepto de democracia.

Entrevistado en abril pasado por Nuccio Ordine en el Corriere della Sera, Morin sostiene que la pandemia ha revelado la ausencia de fraternidad entre países, en lugar de hacer un frente común a graves problemas: deterioro de la biósfera, crisis de la democracia, proliferación de armamentos, autoritarismos demagógicos. A sus 98 años, Morin afirma que el sistema educativo no se ha adaptado a la complejidad desde un punto de vista personal, económico y social. Le preocupa que los alumnos “no aprenden a medirse con los grandes desafíos existenciales, tampoco con la complejidad y la incertidumbre de una realidad en constante mutación (…) entender las interconexiones: cómo una crisis sanitaria puede provocar una crisis económica que, a su vez, produce una crisis social y, por último, existencial”.

A tono con Morin, la Unesco ha hecho un llamado para replantear la educación. El desarrollo sostenible; la educación humanista que promueve la pluralidad y los valores universales; la reformulación de políticas educativas en un mundo complejo; la validación del aprendizaje en un universo móvil; la educación para la ciudadanía y el civismo en un planeta diverso e interconectado; el conocimiento y la educación como bienes comunes mundiales; el cambio del rol docente en la sociedad del conocimiento; y el vínculo entre educación y empleo son algunos temas de la propuesta. Replantear la educación es vital para el fortalecimiento de nuestra democracia. La política no puede seguir en manos de unos pocos grupos de poder; necesitamos implicarnos, como sujetos pensantes y sensatos, participando en la definición de los asuntos que nos atañen. Y debemos asegurar que nuestros hijos y nietos también lo hagan posteriormente.

Hoy se ha instalado en la cultura un clima de terrorismo verbal que prescinde del pensamiento reflexivo, la opinión argumentada o la disidencia razonada, al decir de Savater. Lo siguiente podría ser un pasaje al acto sin trámite cognitivo: la acción violenta expresada en múltiples formatos de horror. ¿Qué haríamos esta vez? (O)