“Esta Navidad no veré a mi familia” me escribe una alumna de 70 años, “pero usted, como tantos migrantes, conoce muy bien lo que es pasar las fiestas lejos de sus seres queridos”. A pesar de todo, me confiesa, siente gratitud por vivir en un país donde el Gobierno se esfuerza por tomar decisiones responsables en momentos tan críticos. Me cuenta que ella y su marido están sanos, pero tienen una amiga enferma de corona con síntomas graves. La internarán en el hospital donde ya casi no quedan camas libres y cuyo director salió hoy en el periódico explicando que cada vez hay más ancianos entubados y menos “finales felices”. Se despide pidiéndome mi dirección pues, ahora que se ha cancelado indefinidamente el curso de español gracias al cual nos veíamos semanalmente, quiere enviarme por correo mi regalo navideño.

Termino de leer su mensaje con los ojos nublados y el corazón iluminado. Las personas que conocen la empatía, la gratitud y la generosidad encuentran el camino a la alegría incluso en los momentos más oscuros. De esta alumna ya recibí hace dos años gorro y escarpines para mi recién nacida y, hace poco, una mascarilla de una fabulosa tela negra con hojas tropicales que me trajo a clases en septiembre, cuando, luego de varios meses de pausa tras el inicio de la pandemia, Alemania se atrevió a volver a algo parecido a la “vida normal”. Ya en noviembre volvimos a encerrarnos, y ahora será peor. No habrá mercados de Navidad ni se inundarán las calles con aromas de vino hervido y almendras garrapiñadas. No cantarán los niños en las iglesias ni montarán sonrientes los caballitos de carruseles en plazas iluminadas con ángeles y otras criaturas fantásticas de la Navidad alemana: cascanueces, fumadores de pipa, pirámides giratorias con figuras de madera bailando a la luz de las velas. En esta Navidad no habrá jugueterías para que sueñen los niños ni restaurantes donde los adultos puedan gozar de los placeres de la carne y el vino; de la carne de res, porque de la otra ¡ya cómo!, con los niños en casa día y noche ahora que se han cerrado escuelas y guarderías.

Esta será una Navidad en la que, de verdad, tendremos que pensar en los otros, en todas esas cosas que siempre decimos que recordamos en estas fechas pero no lo hacemos porque estamos ocupados comprando, visitando, cantando villancicos, engordando de tanto dulce Jesús mío. Pensar en la solidaridad, la pobreza, la esperanza, la verdad: el valor de la verdad en un momento oscuro de la humanidad, no solo por el coronavirus sino por la otra pandemia actual: la desinformación, la arrogante ignorancia, la mentira, la paranoia.

Así como el Prometeo griego que trajo a los seres humanos el fuego, símbolo de civilización y progreso, conocimiento y ciencia, así también el Jesús que nace en esta Navidad debería iluminarnos para ver el mundo como es y no como nos conviene que sea, porque solo entonces podremos repararlo, sanar la naturaleza y nuestra relación con el conocimiento, la verdad y los otros. Que esta Navidad ilumine nuestras mentes y nuestros corazones, que disfrutemos de las cosas pequeñas, la intimidad y el silencio que trae más paz que las necias palabras. (O)