El 11 de diciembre de 2020 la FDA autorizó el uso —de emergencia— de la primera vacuna para la prevención de la enfermedad por coronavirus COVID-19 en individuos mayores de 16 años. Ha determinado que la vacuna elaborada por la alianza Pfizer-BioNTech ha cumplido con los requisitos necesarios para su uso y que sus beneficios superan los potenciales riesgos.

Muchos mitos y temores frente a la vacunación han surgido a partir del desconocimiento. Por ello es indispensable que haya transparencia en las acciones y los discursos de las autoridades de salud, para crear confianza y tranquilidad.

El objetivo de las vacunas contra el SARS-CoV-2 es lograr que nuestro sistema inmune aprenda a reconocer las proteínas COVID, de tal manera que pueda pelear con el virus. Son varias las vacunas que han venido investigándose desde que el genoma del virus fue obtenido y publicado al mundo científico, a principios de año. Con diferentes mecanismos de acción, todas las vacunas tienen el mismo objetivo. Dos de ellas aplicaron a la FDA para su uso de emergencia: la de laboratorios Pfizer/BioNTech y la de Moderna.

El primer mito parte de que las vacunas mencionadas son genéticas, de que su mecanismo de acción es diferente al de las vacunas tradicionales. Utilizan una parte del ARN del virus (que no es lo mismo que el ADN) para enviar un mensaje a nuestras células y que estas elaboren proteínas semejantes a las del virus. Este mensaje genético permite que nuestro sistema inmune aprenda a reconocer esas proteínas y elabore anticuerpos para defenderse. Son las primeras vacunas obtenidas mediante este sistema en un tiempo récord de once meses. Este corto tiempo podría generar desconfianza inicial, puesto que las vacunas tradicionales —con mecanismo de acción diferente— se tardan más tiempo en su elaboración y ensayos clínicos.

Los estudios indican un 95 % de eficacia para protegernos de la enfermedad luego de la segunda dosis administrada (3 semanas después de la primera). Protección no significa ‘ausencia de transmisión’, sino que nos protegerá de la enfermedad en el caso de contagio y ayudará a prevenir casos severos. No se sabe todavía cuánto tiempo durará esa protección ni si prevendrá la infección asintomática.

Otra preocupación es el perfil de seguridad de la vacuna. En el campo médico, un fármaco es seguro cuando los beneficios superan los riesgos. La seguridad absoluta no existe. Los efectos colaterales, descritos luego de 2 meses de seguimiento, han sido leves e infrecuentes: fatiga, dolor de cabeza, irritación local. Considero que nuestra mayor preocupación debe centrarse en la logística que implican la importación y la administración de la vacuna en nuestro país. Esta debe conservarse dentro de una cadena de frío (70 grados bajo cero) para no perder su efectividad. Se deberá asegurar la segunda dosis. Y su administración deberá seguir un protocolo según los grupos de mayor riesgo.

Estar vacunados no significa abandonar las medidas de protección. La mascarilla, el lavado de manos y el distanciamiento social seguirán acompañándonos algún tiempo más. (O)