Un sicólogo afirmaba que reírse de la propia situación funciona adecuadamente como mecanismo de defensa en el plano individual, pero que constituye un peligro cuando lo hace un conjunto de personas. Opinaba que cuando una sociedad lleva a chiste la desgracia colectiva está implícitamente reconociendo su incapacidad para superarla. Tenga o no bases científicas, esa observación calza perfectamente en la actual campaña electoral. Huérfanos de propuestas serias y temerosos de decir frontalmente que si llegan a la Presidencia estarán obligados a tomar medidas drásticas, los candidatos han optado por el chiste o, ya que gran parte ocurre en las redes sociales, por el meme.

Se dirá que siempre se ha acudido a ese recurso en la política. Sí, es muy cierto, pero nunca alcanzó el grado de generalización que presenta ahora. No es el humor, que ocupa un papel fundamental en la política desde tiempos inmemoriales, sino la burla de la propia condición del político, esto es, de una persona que intenta representar a la ciudadanía y ocupar un cargo público. Siempre hubo personajes que actuaron de esa manera, pero no lograron, como lo han hecho ahora, imponer sus prácticas como norma de conducta para todos los postulantes y en general para todos quienes hacen política. El contagio ha sido tan rápido como el del otro virus.

El quechuchismo y la “cervecita del viernes” de Guillermo Lasso son una manifestación que, por impostada y falsa, lo colocan en el podio del ridículo. Los disfraces y la vuelta a una improbable adolescencia de roquero de Yaku Pérez anulan la imagen de renovación con la que partió su candidatura y le convierten en la opción naif de la papeleta. El forzado aprovechamiento de su propia juventud es para Andrés Arauz la manera de evitar temas complejos, como la desdolarización amigable, sobre la que apenas meses atrás hizo declaraciones controversiales que podrían costarle muchos votos. La fatigosa odisea ciclística de César Montúfar, con el rescate de un perro como mayor —y acaso único— logro, desdice de su capacidad académica y nubla al político serio. El copy-paste del programa de gobierno de Giovanny Andrade se parece demasiado al entusiasta revolucionario que recibió la felicitación de su líder cuando se atribuyó la composición del Bella ciao de los partisanos italianos. A Álvaro Noboa le cabe el galardón de la constancia, no solo porque su candidez es infaltable en las campañas, sino por ser el precursor del memismo en nuestra política.

Sin necesidad de ser candidato, quien se lleva la medalla de oro en el concurso por transformar la política en una payasada es Jaime Vargas. El dirigente indígena demostró su incapacidad para asumir responsabilidades cuando aseguró que los policías y los periodistas estaban allí —detenidos, descalzos, sin poder salir— por voluntad propia de ellos. La toma y cierre de los pozos petroleros fue para él una forma de ahorro. Su capacidad para transformase él mismo en un meme acaba de perfeccionarse cuando pide un traductor para la audiencia judicial. Convierte un derecho legítimo de los pueblos indígenas en objeto de burla, apoyado por un abogado que seguramente tendrá dificultad para saludar en el idioma materno del señor Vargas.

En ninguno de ellos hay humor. Es pánico a asumir la responsabilidad política. (O)