Ingresó hace poco en mi círculo de libros uno inusual, porque es una fotonovela. Abierta a todas las combinaciones que la impresión permite, me retrotraje a esos lenguajes combinatorios de décadas atrás, cuando las imágenes apoyaban a los textos con diferentes intenciones (a ratos sostener la volátil atención juvenil o acaso ahondar el interés por la historia del Quijote, si venía complementada por los dibujos de Doré). En esta línea sigo recibiendo con agrado el cómic, la novela ilustrada, los fanzines.

Reconozco que no estuve ágil para conocer el trabajo de Christian y Sebastián Oquendo Sánchez, a cuyo interesante ejemplar me estoy refiriendo. Se trata de una publicación del Programa Editorial de la Municipalidad de Guayaquil que circuló en el 2017 y del que no había leído nada. La invitación a esa lectura dúctil que debe ir de las palabras a las fotografías e indagar la razón de su proximidad y la duplicación de sus mensajes concluye en mi aplauso entusiasmado.

Decir “faquir” en el ámbito de la literatura ecuatoriana es convocar a César Dávila Andrade, el escritor cuencano de indispensable recordación. Hace dos años celebramos el centenario de su nacimiento con fastos apropiados, pero jamás justos. Es que la obra del poeta esotérico y místico viene de una fuente inagotable pese a los esfuerzos de inteligentes comentaristas. Por eso, que una fotonovela monte su aparato comunicador sobre alguna faceta de ese gigante de las letras, vale como medio de popularización. Que “algo” de su misterio corra un poco su velo.

El libro aproxima dos figuras que en los años cuarenta trajinaron por caminos parecidos: Jorge Elías Adoum, médico y esoterista –padre de mi admirado Jorgenrique– y César Dávila, inquietos los dos por los temas del ocultismo, que los llevaron a buscar ignotas sendas del conocimiento y la espiritualidad. Muchas pistas se desprenden desde las primeras líneas –por algo se llama Faquir, el detective místico de la conciencia– para conducirnos en actitud rastreadora detrás de ese maestro mayor que miró hacia arriba en pos de las leyes del universo y dentro de sí mismo para adentrarse en la psiquis.

Christian deja muy en claro que se trata de una ficción elaborada a base de ciertos textos –cuentos y ensayos– de Dávila Andrade, los menos conocidos, pero tal vez los más significativos en esa veta de su honda preocupación, esa que lo llevó a erguirse desde su caída alcohólica y escuchar lo que le contaban los árboles del Ejido, en Quito, o los miembros de la Orden Secreta de los Buscadores de la Verdad, en Caracas. La historia se enriquece con las figuraciones de un narrador en primera persona que trata de completar lo que pudieron ser, por medio de ejercicios de autohipnosis, los viajes mentales de un aplicado buceador de otros mundos.

Dávila no calzaba dentro de ninguna rutina. Perdía empleos, se marginaba a sí mismo. Estaba demasiado ocupado en exploraciones interiores de las que daba cuenta a muy contados compañeros y en su escritura. Mucha de su poesía está allí, en los libros de mínimo consumo. El lector común no tiene vías para ingresar en su deslumbrado cosmos. Por eso es bueno contar con ayudas como este esfuerzo de Christian Oquendo pese a la cual nos quedamos con la sensación de que nos estamos perdiendo de algo grande. (O)