Este domingo el Ecuador participará en una de las elecciones más trascendentales de su historia. Por publicarse dentro de los tres días anteriores a ese gran momento, la ley me prohíbe escribir a favor o en contra de ninguno de los candidatos.

En vez de eso aquí haré una reflexión general sobre qué es el populismo y por qué debemos huir de él. A través de la historia el populismo se ha manifestado tanto en la derecha como en la izquierda y ha aparecido en países de todos los continentes. No tiene ideología ni nacionalidad. Pero donde emerge sus efectos siempre son nefastos, llevando a la ruina incluso a grandes naciones.

La esencia del populismo es la división. Aquello que lo define y le da su nombre es que clasifica a los miembros de la sociedad en dos grupos: ‘el pueblo’ y ‘las élites’.

Las ‘élites’ son descritas como corruptas e inmorales, todo lo opuesto a ‘el pueblo’, el cual es presentado como oprimido, pero lleno de virtudes. Diferentes movimientos populistas definirán estos grupos de formas distintas, pero el resultado siempre es el mismo: dividir al mundo entre ‘nosotros’ y ‘ellos’.

Esta maniquea división de la sociedad hace que los populistas corrompan el mismísimo sentido de la política. En un mundo de ‘buenos’ y ‘malos’, la esfera política deja de ser un lugar donde se forjan compromisos para alcanzar el bien común y se transforma en un campo de batalla donde ‘nosotros’ siempre debemos derrotar a ‘ellos’. Llegar a un acuerdo sería como pactar con el diablo.

Como el populismo es una política basada en el conflicto, este invariablemente se obsesiona con una figura mesiánica, un ‘salvador del pueblo’, quien a través de su fuerza derrotará a ‘las élites’. Esta lógica hace que se normalice que el líder ataque e insulte a sus oponentes. El objetivo no es razonar: es vencer. La obsesión con el líder-salvador hace que el populismo sea una senda hacia la dictadura, pues si la voz del caudillo se hace sinónima con la voz del pueblo, todo quien se le oponga es necesariamente visto como un traidor a la patria, un simple esbirro de ‘las élites’ y enemigo del pueblo.

En un mundo dividido entre ‘buenos’ y ‘malos’ es inconcebible que los opositores sean buenas personas que discrepan de buena fe, sino que necesariamente deben tener motivaciones siniestras.

Como parte de esta lógica binaria, los populistas presentan a los medios de comunicación y a los intelectuales como parte de ‘las élites’ y por lo tanto enemigos del ‘pueblo’, activamente incitando a sus seguidores a ignorarlos.

En su lugar, los populistas crean canales de comunicación alternativos donde el líder puede dirigirse directamente a sus bases sin que nadie pueda cuestionar su narrativa. Esta maniobra hace que los seguidores de los populistas acaben viviendo en un mundo paralelo compuesto de ‘hechos alternativos’ y teorías de conspiración.

Si un movimiento político exhibe estas características, sea de derecha o izquierda, tenga por seguro que son lobos con piel de oveja. Una nación que abraza al populismo abraza su propia ruina. (O)