Una noche, de esas muy oscuras como las que nos llegaban hasta hace poco, entraba en la casa y encontré a mi hija de 19 años a solas en el patio. Leía unos apuntes, ayudándose con una lámpara recargable y sorteando a unos voraces mosquitos que, con procacidad, la atacaban por doquier.

Siempre hay uno

Le pregunté sorprendido: “Hija, ¿qué tratas de leer en semejante penumbra?”. Ella me respondió: “Papá, tengo examen de Civil I, es bastante materia y no puedo esperar a que llegue la luz o tener aire acondicionado para comenzar”. Su respuesta me devolvió en el tiempo.

Corría 1995. Era mi primer año en la carrera de Derecho. Un nuevo conflicto armado se perpetraba entre Ecuador y Perú, esa vez tocó en el alto Cenepa. Soplaban vientos de incertidumbre y con ellos llegó una paulatina desaceleración económica; y, para colmo, tal como ocurre en la actualidad, sufrimos un estiaje crítico que implicaba la suspensión del servicio de energía eléctrica por muchas horas, y por supuesto, que dificultaba el que podamos recibir clases en condiciones adecuadas.

Publicidad

Durante los últimos 30 años, cada gobernante que tuvimos ha “cacareado” esta idea de la energía renovable. Aquello implica, o al menos debería implicar, que para la generación del servicio eléctrico no dependamos únicamente de que nos convirtamos en chamanes para hacer llover y de las megaobras desarrolladas en torno a las hidroeléctricas. Nuestros recursos naturales, y que gracias a Dios son diversos, tienen que ser canalizados para la generación a gran escala de energía solar, energía eólica o geotérmica, que no es poca y que nunca han querido aprovecharlas como siempre debimos. Solo así dejaremos de ser una gran y risible ironía; pues, teniendo la capacidad de financiar estos proyectos a corto o mediano plazo, con el otro recurso que aún tenemos y que deviene del petróleo y de las exportaciones de nuestros productos alimenticios, preferimos seguir patinando en este letargo interminable, que condena a una nueva generación de jóvenes a vivir “acostumbrados” a este entorno de oscuridad, inseguridad a todo nivel y, sin duda alguna, cosechando una gran desilusión por el país donde nacieron.

‘Almas muertas’

Ecuador debe de ir de la mano con los cambios que el mundo experimenta en forma vertiginosa. Nuestros niños y jóvenes estudiantes, en los distintos niveles de enseñanza, deben tener mejores opciones para una formación intelectual, moral y profesional completa. La inteligencia artificial se va abriendo paso en cualquier parte y durante este primer cuarto de siglo del nuevo milenio. ¿Y nosotros? Creyendo que debemos adaptarnos a vivir en una atmósfera de carencias, donde la cultura de la ilegalidad y de la impunidad trata de institucionalizarse a toda costa y que con eso debemos conformarnos con el “… porque así ha sido siempre.” Y es justo aquello lo que debemos cambiar y erradicar de inmediato. Todo, con tal de evitar extinguirnos como país, o peor aún, que seamos definitivamente una colonia esclavizada por la ignorancia y el delito.

Volví al presente con mi hija universitaria. La miré conmovido, admirando su resiliencia frente a este tiempo adverso, y le dije que el simple hecho de verla inconforme y proactiva, plantándole cara a este entorno hostil, me convertía en el papá más orgulloso que existe sobre la faz de la tierra. (O)

Publicidad

José David Miranda, abogado, Guayaquil