El tiempo vuela, asombra y sobrecoge su velocidad, al año le quedan pocos días días. Suspiro por inercia, me detengo, miro el calendario que está arriba de este escritorio y empiezo a viajar en el tiempo, pero como en una máquina que me lleva en retrospectiva hacia la época de mi niñez, no tenía casi noción del tiempo en ese tiempo, perdónenme las redundancias, que sí valen aquí, recuerdo que en nuestra casa en el campo pegaban en la pared un almanaque Bristol, así se llamaba, era como un folleto, toda una hoja de periódico, en blanco y negro o con ligeros tonos anaranjados. Bueno, ese calendario traía las predicciones del tiempo, las lunas y traía los santorales católicos, es decir, cada día tenía un santo, recuerdo que el 3 de enero, fecha de mi cumpleaños, es Santa Genoveva, en ese tiempo se tomaban en cuenta aún estos datos para bautizar a los niños con el nombre que decía el calendario de acuerdo al santo mencionado. Gracias a Dios mis padres no hacían esas consideraciones, si no esta servidora se llamaría Genoveva. En la actualidad hay calendarios que aún traen estos santorales, pero ya casi nadie bautiza a sus hijos con nombre de santos, los nombres son modernos y muchos hasta difíciles de pronunciar, para la historia quedaron Cosme, Jerónimo, Nicolás, Brígida, Domitila, Flavia, Evaristo, Teófilo, Gregorio, Pío.
Hubo una época en que se pusieron de moda los calendarios que daban en las tiendas, eran pósteres, ya coloridos, con fotos de los comercios, paisajes o niños felices. Recuerdo que mi papá amaba llenar las paredes de la sala de nuestra casa con estos calendarios, en mi adolescencia o ya un poco más avanzado el tiempo, la moda eran esos calendarios de bolsillo de cartón o plastificados, eran lindos y yo tenía colecciones, que no sé dónde quedaron.
Volvamos al tiempo, ese señor efímero que se da el lujo de pasar raudo en los momentos felices y se toma “todo el tiempo” para casi eternizarse en momentos tristes, cosas del tiempo.
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Para una niña de 10 años el tiempo no existía, los días no eran largos ni cortos, eran solo días, sin semanas ni meses, había pocas fechas relevantes, las cuales podríamos haber esperado con ansias, pero en ese tiempo no había ansias. Me detengo aquí nuevamente para entre suspiros y nostalgias degustar esa verdad: en mi niñez no había ansias, qué bonito tiempo.
La energía más poderosa es el amor
Siempre ha habido formas de “tangibilizar” el tiempo, quizás sea por esa manera invisible y a la vez tan visible en que el tiempo se hace sentir, llevándose cosas, personas, afectos, juventud y trayendo arrugas, experiencias, dolencias y conciencia. ¿No es malo el tiempo? No. ¿No es un invento el tiempo? Tampoco. El tiempo es más que ese chivo expiatorio que encontramos silencioso y a quien le echamos la culpa de nuestros desatinos o a quien invocamos cual bálsamo que sane las heridas del alma. El tiempo es amigo o enemigo, depende de cómo lo mires, el tiempo es un señor que no se sentará a esperarte.
En la actualidad, ya estacionada en la vida adulta y con perfecta percepción de la realidad de nuestro Ecuador y del mundo, anhelo de todo corazón que mejoremos nosotros, los seres humanos, en valores, en amor a Dios y al prójimo, en solidaridad, esa es la única forma de tener mejores tiempos. (O)
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Rosalba del Pilar Muñoz Coello, Salitre