Ecuador, pese a estar sometido periódicamente a deslizamientos de tierras, sismos y particularmente a periodos de lluvia caracterizados por fuertes precipitaciones, no es novedad que sea muy frágil frente a los desastres naturales y observe impávido dichas situaciones adversas.

Si esto ocurre al momento con un invierno que ha tenido algunas lluvias intensas, es fácil suponer lo que pasaría si se cumplen los vaticinios de la presencia del fenómeno El Niño en el segundo semestre de 2023. Frente al probable evento natural, las autoridades estarán estructurando un plan de contingencia que lejos de solucionar el problema, sin duda aliviará en algo la situación de los afectados. No solamente se requieren trabajos rápidos durante y después de la emergencia, sino también de prevención, liderados por la Secretaría de Gestión de Riesgos, que por ahora no es más que un ente burocrático lleno de normas y regulaciones que reposan en escritorio y necesita socialización.

Dado que los desastres naturales actúan sobre los procesos geomorfológicos durante un evento catastrófico, es importante, sobre una base científica y naturalista, organizar una política racional de manejo de territorio, y en ese sentido actuar a conciencia frente a los fenómenos naturales. Se espera que los administradores de turno hagan el plan de contingencia que reconozca en el ámbito de una vulnerabilidad física, social y cultural del territorio; la necesidad de contar en el Ecuador con una capacidad instalada para acometer adecuadamente los desastres medioambientales, sin olvidar las tareas de prevención que constituyen la parte fundamental de un esquema de planificación de estos eventos.

Publicidad

Sin duda alguna nuestro país tiene que aprender de los aciertos mundiales en la mitigación de los desastres naturales y reformular su misión del manejo de estos. (O)

Jacinto Rivero Solórzano, ingeniero civil especializado en hidráulica, Guayaquil