En 1945 se acuñó una expresión “la suerte de Kokura” y se la asocia a un evento de la Segunda Guerra Mundial. Los historiadores afirman que las bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki incluían también a la ciudad de Kokura, pero la nubosidad del cielo fue determinante para no ser atacada. La expresión alude a alguien que tuvo un escape afortunado.

A propósito del retorno desde Ucrania de jóvenes ecuatorianos, gracias a la gestión de la Cancillería de Ecuador, han sido preocupantes las quejas, arrogancia, en varios de ellos porque tuvieron que esperar, caminar largas distancias, comer galletas y agua, no tener documentos, no poder traer mascotas, por solo recibir albergue, transporte, avión humanitario. Este episodio produce rubor y es imprescindible recordar: el ataque de Rusia a Ucrania había estallado y se amaneció bajo fuego. En la guerra el progreso se ve atacado, escuelas, universidades, fábricas; la gente muere, no hay bancos, supermercados, derechos...; todo es caos y destrucción. La madurez implica ser consciente dónde estás y qué está pasando. El quejarse por el peligro es una burla a los deudos de los muertos. Quienes solicitaron visa de turista para ir a otros países alardearon ausencia de empatía y sentido común. Después de haber sido favorecidos con la vida, un espacio en un avión y que su país, del que muchos han renegado, los retornó, ¿cómo justificarán la vida que gozan frente a las familias que sufren el horror de la muerte? Existen jóvenes y familias agradecidos. La reflexión es para los que olvidaron que los muertos no estudian, no comen, no viven; que han tenido “la suerte de Kokura”: el vuelo, la logística fueron gratuitos, pero no carentes de gastos, angustia, desvelo. Están vivos, sus sueños no se han perdido, solo están prorrogados; hay que agradecer toda la vida. (O)

Clara E. Real Moreira, doctora en Educación, Guayaquil