“Nos estamos matando entre nosotros mismos”, se escucha a voces en Santa Elena, mientras Dios nos ofreció un paraíso que lo están destruyendo sin medida. Cada día la inseguridad golpea a las ciudades. Los sitios de recreación fueron cercados por rejas, sus perímetros son tinieblas a falta de luz en las noches.

En la ciudad de Santa Elena el parque era un lugar romántico preferido de los peninsulares por su hermosa glorieta, bancos de bloques, faroles, senderos cubiertos de peregrinas, bromelias, veraniegas y árboles de tamarindo, algarrobos...; que lo vigilaron policías municipales que hacían respetar dicho sitio sacando a los mañosos. En pasada época el punto de encuentro a diario y en eventos festivos, religiosos, etc., era el parque, conservando su aire de recreación preferida.

Los tiempos cambian y una ola de delincuencia azota la provincia de Santa Elena, las ciudades, recintos. Actualmente en el día y la noche los parques no son seguros porque jóvenes adictos a las drogas pernoctan, consumen, a vista y paciencia de la comunidad; siendo los parques lugares de descanso, beber alcohol, drogarse. Las casas se convirtieron en ‘celdas’ para la comunidad, pusieron barrotes en puertas, ventanas, patios, etc., para evitar visitas de ladrones; aún así muchos barrotes son destruidos por los delincuentes.

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Las ciudades de Santa Elena claman seguridad. Tenemos que volver a crear la vigilancia comunitaria, agruparnos con el objeto de defendernos; confiar en los vecinos, comunicarse que vamos a salir de la casa y den una mirada a la vivienda hasta regresar. Los policías deben vigilar los parques, barrios, las vías, etc., con mano dura. (O)

Romina Pinto Párraga, Santa Elena