Y la pileta quedó en silencio. Las brazadas no pudieron empujarla a la meta final. Dios sabe cuánta esperanza se puso cada día, en cada oración, en cada sollozo. Sus pulmoncitos, que muchas veces le hicieron ganar copas, medallas y reconocimiento internacional, esta vez, cansados de luchar, decidieron apagarse. Todos los que la amamos de cerca sentimos su partida.
¡Cuánto llegó a amar lo que hacía! Sus miles de pequeños alumnos extrañarán sus clases, porque sabía cómo hacerse querer. Al principio, cada niño lloraba porque no quería entrar en el agua, pero con el tiempo ese mismo niño lloraba porque no quería salir de la piscina.
Alexandra, descansa, mientras todos los que disfrutamos de tu presencia lloramos porque ya no estás aquí. (O)
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Roberto Montalván Morla, Guayaquil