Se ha hecho público el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, IPCC, designado por la ONU para evaluar y actualizar la situación de sus efectos en el planeta, trabajo que ha sido identificado por el secretario general del organismo como atlas de sufrimiento humano, buscando graficar las peripecias que ha provocado en la naturaleza y la población global, resumidas en vivencia de inundaciones, aumento desmedido del nivel de los mares, intensos y frecuentes huracanes, pérdida sucesiva de diversidad, inseguridad alimentaria, elevación de temperatura sobre 37 grados dentro de periodos caniculares, incendios pavorosos y otras, siendo más desastrosas en habitantes incluidos en un segmento de gran vulnerabilidad que abarca entre 3.300 y 3.600 millones de pobladores en riesgo.

La gravedad no fue profusamente divulgada, fue opacada por las incidencias de la invasión rusa a Ucrania; aun así, la prensa ha dado espacio para su conocimiento como lo ha revelado una atractiva plataforma llamada “Radar del Clima”, que evidencia el interés de los principales medios por concienciar este trascendental tema. De otro lado, se publican en revistas especializadas opiniones de entendidos que cuestionan la ineficacia de reiteradas reuniones con mucho barullo, pero con escasos resultados prácticos.

La inoperancia de los convites ha sido ridiculizada por el demógrafo Joseph Chamie como una danza de tres pasos ejecutada por delegados de gobiernos, siendo el primero negar su existencia, con pocos adeptos como el expresidente Trump; el segundo, caracterizado por vanas argumentaciones para demorar decisiones concretas, balanceando los debates con indefinidos vaivenes de izquierda a derecha desgastando a cansados auditorios ocupando el mayor tiempo posible, culpando al crecimiento económico, a las tecnologías y hasta el ingenio humano. Los principales bailarines son los países que más contaminan. Pero la más criticable y desesperante es la tercera etapa de la danza, no hacer nada, dejar que el tiempo transcurra para permitir que otros sucesos más llamativos e inmediatos como la inflación, la corrupción, el precio de los combustibles, escándalos personales de líderes políticos, guerras o conflictos nacionales, que seducen con mayor facilidad a electores para perpetuar el control político porque los asuntos ambientales no preocupan a partidos, mientras las transformaciones atmosféricas impulsadas por el dispendio y descarte aceleran el rodaje de la esfera terráquea hacia un irreversible despeñadero.

Escapa a la visión pública el descongelamiento apresurado de montañas andinas que han perdido su nívea cúspide por las alzas de temperatura que conducen a deshielos indefendibles y constantes concluyendo con desabastecimiento de agua a grandes centros urbanos, rurales y superior daño para los campos que riegan los cultivos que fortalecen la soberanía alimentaria con el líquido que la propia naturaleza proveía sin forzarla. Sin embargo, es posible contener la debacle si en esta década se logra frenar las emisiones en los términos del Acuerdo de París, aprobado por la mayoría de naciones. (O)