El primer objetivo que se puso la administración Lasso fue controlar la pandemia, cuantificado en administrar 9 millones de dosis en sus primeros cien días.

El COVID nos ha causado 65.000 muertes, entre directas e indirectas. El récord mundial de muertes por encima de la norma en una semana la tiene Ecuador con 374 % entre marzo 29 y abril 4, concentradas en Guayaquil y Santa Elena.

La meta enfrentó un duro escollo inicial: la dificultad en conseguir vacunas. Había que competir con todos los países del mundo, y los Estados donde se ubican los laboratorios que las elaboran, restringían las exportaciones.

La falta de vacunas ya está superada. El Gobierno desechó la propensión natural de la burocracia a someter todo a controles y trámites interminables, y recurre a los privados para que contribuyan al proceso de vacunación. El resultado es que se ha llegado a administrar 400.000 dosis diarias. Ecuador es el país que en un día vacuna al porcentaje más alto de su población: 1,94 %, largo en primer lugar. Segundo, muy distante, es Sri Lanka con 1,28 %. En Latinoamérica segundo es Brasil con solo la tercera parte de Ecuador. Resonante éxito del Gobierno. Lasso es el presidente latinoamericano con el más elevado índice de aceptación. El pueblo ecuatoriano es el segundo más optimista en la región sobre su futuro económico, después del salvadoreño.

La campaña de vacunación continúa. Hay que completar las dos dosis. La siguiente etapa será la de adolescentes hasta los 12 años. El virus no va a desaparecer. Cepas de mayor contagio nos amenazan. Hoy es la delta, originada en la India; en Perú se ha detectado la épsilon, que habría surgido en dicho país, pero que no es tan peligrosa como la delta. Peligro: a mayor porcentaje de vacunación, la población baja la guardia, se arriesga más, con lo que se produce una nueva ola de contagios graves y fallecimientos.

En la medida que el virus muta, las vacunas existentes pierden su capacidad de proteger, y los laboratorios ofrecerán nuevas versiones de la vacuna. Habrá que vacunarse todos los años. A la postre, todos nos vamos a infectar, y los que ya fueron infectados se infectarán de nuevo. Algo similar a la influenza: en 2019 mató 34.000 personas en el mundo. El 2020 menos, porque las medidas contra el COVID también disminuyeron los contagios de influenza. Pero el COVID es mucho más mortífero que la influenza. El nuevo desafío es retornar a la normalidad. Que la abrumadora mayoría esté vacunada servirá para reducir drásticamente el número de enfermos graves. Habrá que paulatinamente relajar controles, y tratar de evitar no los contagios, sino las necesidades de intubamiento. Ya es algo con que Israel, Singapur y Gran Bretaña experimentan.

Sin retorno a la normalidad no habrá rápida recuperación económica. Muchas familias de clase media han caído en la pobreza, y muchos pobres se han deslizado a la pobreza extrema. La ayuda con bonos es algo provisional: hay que recuperar plazas de trabajo, y eso requiere ir relajando controles a la movilidad y al contacto social.

El mundo no volverá plenamente a los hábitos que tuvo hasta marzo de 2020. Más compras por internet, más teletrabajo, menos reuniones presenciales, menos recepciones puertas adentro, menos viajes de negocios. Aprenderemos a convivir con el virus. (O)