Nos despertamos estos días preocupados crónicamente por un país que se desangra en debacles violentas en calles, cárceles y una escuela de policía. Es una pequeña Colombia me dice una amiga del país vecino. Plomo a los delincuentes claman la turba y la élite, y la gran reacción gubernamental es proponer en una potencial consulta que se militarice el país. Con tal escala de valores, la cultura, el arte y el teatro no pueden estar entre las grandes preocupaciones del Estado.

Siguiendo esa línea de pensamiento, la ministra de Cultura, María Elena Machuca, se dedica a todo menos al fomento de líneas y actividades culturales que podrían contribuir a una mejor convivencia, a mínimos espacios de paz y el cultivo de la ciudadanía. Para ella, lo principal es dedicarse a eventos de contemplación que perduran solo unos pocos instantes. Sacarse fotos esbozando “hojas de ruta” y agendas, asistiendo a exposiciones de arte y charlas. Eso es lo que importa. Su gestión se reduce a celebraciones cocteleras como “una nueva propuesta museográfica en Bahía”, el aniversario de la “declaratoria” (sic) del Gobierno Federal de Loja, la “domesticación del cacao” y la develación de un mural.

La última directora ejecutiva del Instituto de Fomento a la Creatividad y la Innovación, quinta persona en ese cargo en los últimos 24 meses, fue removida por el directorio tras haber ganado un concurso público. Diferentes directores de la cartera de Cultura señalaron públicamente en una carta que hubo “injerencia de altos funcionarios” y “condiciones de inseguridad jurídica” en esta decisión.

¿Qué pasa en el Ministerio de Cultura? ¿Qué debería hacer la ministra? ¿Por qué continúa dirigiendo el sector? Machuca tenía la obligación de trascender su trayectoria como galerista. En su lugar, se ha afincado en un tiempo y un espacio que no responde a las verdaderas necesidades del país. Ella debería liderar la primera línea de respuesta frente a la violencia rampante que destruye familias, ahuyenta la inversión y el turismo, y nos mantiene en vilo.

La línea de fomento de “rehabilitación social”, que financia a valientes trabajadores de la cultura para que incentiven actividades artesanales y literarias con personas privadas de libertad (PPL) tiene un presupuesto declarado de solo 44.000 dólares. Es decir, un dólar por PPL. Mientras, desde las mismas cárceles se dirigen operaciones criminales desde las más pequeñas (sicariato) hasta las más grandes (narcotráfico), que permean progresivamente nuestra sociedad.

El teatro del barrio es probablemente la única iniciativa que involucra directamente a la gente, pero es una herencia de la gestión anterior que se quedó suspendida en ese espacio. Es decir, la ministra no replica este modelo exitoso en otros programas; su visión de la cultura es la de producir noticias más que resultados.

Machuca no puede permanecer agazapada tras anuncios e inauguraciones rimbombantes; debe hacer frente al momento que vivimos. Para ello, el presidente debe exigirle que salga de su zona de confort y agradecerle por sus servicios si no lo hace. Ni uno ni otro puede ignorar el poder de transformación que tiene la cultura. (O)