Una de las películas nominadas para el Óscar, No mires arriba, ha introducido en el debate la posibilidad del fin del mundo; aunque quizás sería más apropiado hablar del fin de la humanidad, dado que el planeta seguiría existiendo.

La trama es que unos astrónomos detectan que hay un cometa que va a impactar sobre la Tierra, con efectos catastróficos, en un evento de extinción masiva. Pese a que los científicos alertan sobre la gravedad del tema, primero a la presidenta de EE. UU. y luego a los medios de comunicación, su alerta no es tomada en serio. Incluso la presidenta comienza a cuestionar la veracidad de la alerta de los astrónomos, y en un momento dado hace un llamado a sus seguidores a “no mirar hacia arriba” (no mirar al cometa), restando validez e importancia a la alerta.

La posibilidad de un impacto de un meteorito que pudiese llevar a la extinción de muchas especies sobre el planeta es real, aunque remota (ocurrió hace 65 millones de años, cuando el impacto de un meteorito en el cráter Chicxulub contribuyó a la extinción masiva del Cretácico-Terciario). No obstante, según los productores y actores de la película, se trata de una metáfora de la crisis del cambio climático, en el sentido de que los científicos presentan estudios cada vez más alarmantes sobre las posibles consecuencias de la aceleración del cambio climático, pero muchos gobiernos ignoran o minimizan su seriedad.

El año pasado publiqué la novela de suspenso ecológico El último humano (disponible en versión digital o impresa en Amazon). En dicha novela trato las diversas amenazas existenciales que pesan sobre la humanidad, o los nuevos “Jinetes del Apocalipsis”. Menciono, claro está, el cambio climático y la posibilidad del impacto de un meteorito, pero me enfoco en la proliferación nuclear, el terrorismo, las pandemias y el desarrollo descontrolado de la inteligencia artificial.

La proliferación nuclear ha llevado a que se sumen al club de países con armas nucleares Israel, India, Paquistán y Corea del Norte (e Irán se esfuerza por unirse). Un riesgo es que armas nucleares pudiesen caer en manos de terroristas, por ejemplo, a través del colapso de regímenes. En cuanto a las pandemias, si bien la peste bubónica ha diezmado la población en varias ocasiones (la más reciente en el siglo XIV), las pandemias más mortales en el último siglo, la de la “gripe española” y la actual de COVID-19, causaron la muerte a alrededor del 1 % y 0,3 % de la población mundial.

El terrorismo (principalmente yihadista en las últimas décadas, pero también de ultraderecha) podría causar millones de muertes si es que los terroristas adquieren armas de destrucción masiva (nucleares, químicas o biológicas). En cuanto a la inteligencia artificial, en el libro exploro la posibilidad de que los sistemas informáticos puedan adquirir una “consciencia artificial”, como ocurrió en películas como The Matrix, Terminator o Yo, robot.

Al final, si bien a largo plazo las amenazas astronómicas podrían afectar a los seres vivos sobre el planeta, en un plazo más corto serán las propias acciones de los humanos que pongan en entredicho su supervivencia. (O)