El nacimiento de Jesús que conmemora el mundo cristiano y la humanidad convoca a recordar y practicar el nuevo mandamiento que él dio a sus discípulos “Amaos los unos a los otros”. No hubo excepciones: Incitó a aquellos que estuvieren libres de pecado, a lanzar la primera piedra a la adúltera. Por amor la perdonó después de que nadie la apedreara. Eso se llama misericordia, dar el corazón a los menesterosos.

Los padres de Jesús tuvieron que migrar para huir de Herodes con su hijo recién nacido. Hoy tuvieran que embarcarse en un bote precario y arriesgar sus vidas intentando entrar a Estados que no quieren a los extranjeros desposeídos. Hoy, el pobre carpintero y María llevarían de nuevo a su ilusión a nacer en un establo de ganado, en una cueva de campesinos.

Hoy, si no tuviera Jesús el designio divino que la Biblia le atribuye, sería uno de los nadies de Eduardo Galeano: Que sueña con salir de pobre, que algún día mágico le llueva de pronto la buena suerte, pero esta no llueve nunca. Nadies hijos de nadies, dueños de nada, los ningunos, los ninguneados, que no son, aunque sean, que no son seres humanos sino recursos humanos, que no tienen cara sino brazos, que no tienen nombre sino número, que no figuran en la historia universal sino en la crónica roja de la prensa local, que cuestan menos que la bala que los mata.

El esquivo amor

Jesús vino al mundo cuando había seres humanos que no eran considerados como tales sino esclavos, propiedad de otros, que podían disponer de ellos por ser cosas. Sus hijos feudales estaban atados a la tierra en la que trabajaban y sus nietos obreros empezaron laborando en condiciones infrahumanas en fábricas donde eran explotados numerosos niños y mujeres. Aún ese prójimo sufre maltratos de sus empleadores y del Estado. Y aún quieren empeorar su situación.

Todas las personas son nuestros semejantes, tienen los mismos derechos y merecen las mismas oportunidades que buscamos para nosotros. Son, aunque no tengan. Pero la cizaña del odio crece por doquier, en el corazón de los que excluyen y en el corazón de los excluidos, la paz no puede existir donde no hay justicia. Se odia al diferente, el egoísmo es la fuente principal de las iniquidades y discordias. La igualdad que proclamó en Francia la revolución vive en los papeles y muere en la realidad.

Víctor Jara, asesinado por la dictadura militar chilena, cantaba: “Si las manos son nuestras, es nuestro lo que nos dé”.

Francisco de Asís llamaba hermanos al sol y a la luna, al cordero y al lobo. Jesús predicaba el amor, mas no transigía con el mal y echó a los mercaderes del templo. El asesinato de los reos en las cárceles es el gran estigma de Ecuador este año, donde la indolencia y hasta la complicidad crecen sin control.

Por ello, no podemos conformarnos frente a las injusticias y al dolor ajeno. Pero no basta el llanto, es menester el compromiso, que se enciendan millones de cirios para iluminar al mundo, que suenen las campanas a rebato por la libertad, que la humanidad corre peligro de arruinarse. El alma tiene sobradas reservas para enfrentarlo. (O)