Pocas palabras tienen tantas acepciones como la palabra puente. Según el diccionario de la RAE, son 16 los significados. Pero la más común, aquella que todos entendemos fácilmente, es la de una construcción sobre un río, una fosa o cualquier sitio donde se necesite pasar de un lado al otro.

En las narices de los guayaquileños, se construyó en el gobierno de la FaRC, familia revolución ciudadana, el famoso puente que une Guayaquil con la isla Santay.

No importó que los informes de la Marina Nacional, que recogían el sentir de todos los operadores de puertos, más la propia experiencia de la Armada Nacional, indicaban que ese puente sería un obstáculo en áreas de maniobras, y que por lo tanto tenía el grave riesgo de causar problemas a futuro.

El entonces director de Espacios Acuáticos, contralmirante Carlos Vallejo Game, en oficio del 4 de marzo de 2013, en informe al comandante general de la marina advierte con total claridad del traslape que existía entre la zona de fondeo y maniobras en la ría, con el puente. Todos los operadores de puertos lo advirtieron, y todos aquellos que usan el río para la navegación lo advirtieron también.

Nada de esa información, nada de esas advertencias sirvió, y en las narices de los guayaquileños, un puente que costó millones de dólares, más otra gran cantidad en reparación de los varios barcos que se han estrellado contra el mismo, es hoy motivo de discusión sobre su eliminación. Un monumento a la tozudez, a la irresponsabilidad y a la forma en la cual se hacían las cosas en ese entonces.

¿Pero no fue lo mismo la presa Coca Codo Sinclair? Los informes hablaban con claridad de riesgos ecológicos, que hoy no son ya más riesgos sino dramáticas realidades. Los informes también hablaban de que no existía el caudal hídrico para la capacidad instalada que planteó el gobierno de la FaRC y que finalmente terminó construyendo. Hoy, con más de 7.000 fisuras, con posibilidad de colapso del proyecto y además afectación del oleoducto, tenemos los ecuatorianos que enfrentar la posibilidad de que se cierre o de invertir cientos de millones más en la reparación. Y todo esto, para que jamás se pueda usar toda la capacidad instalada, porque no existe el recurso hídrico para ello.

Y lo mismo sucedió con la refinería de El Aromo. Cuántos ecuatorianos advirtieron de la chifladura que representaba asociarse con un país como Venezuela, y que el Ecuador no debía embarcarse en ese proyecto, que debía ser acometido por capitales de riesgo privados. Y hoy se busca qué hacer con ese planchón donde se enterraron 1.400 millones de dólares de los ecuatorianos, que tanta falta nos hacen en este momento como todo lo despilfarrado.

Y quienes así gobernaron el país, quienes hicieron de cada proyecto un motivo de despilfarro, sobredimensionamiento y mal manejo de fondos, tampoco tendieron esos puentes espirituales, de juntar voluntades, de unir a los ecuatorianos. Todo lo contrario: su estrategia fue la división, el enfrentamiento, el odio entre sectores, clases y pueblos, el romper puentes de comunicación, el destruir puentes de concordia, el dinamitar puentes de entendimiento y diálogo. Tanto así, que hasta en las mismímisimas Fuerzas Armadas sembraron la discordia entre oficialidad y tropa.

En lo físico, el puente sobre la Santay tendrá que ser destruido, y cuando eso suceda, los guayaquileños y los ecuatorianos debemos poner una placa de la infamia en el malecón, para recordar cómo se derrochaba la plata, cómo se hacían cosas contra la lógica, la razón, la ciencia, el conocimiento y la experiencia, sin criterio de país, solo con la vara de la política y del interés partidista y otros intereses más.

En lo espiritual, cuando el puente sea derribado, debemos recordar que ese régimen destruyó los puentes de la unidad, del entendimiento, del diálogo, de la libertad de expresión, de la tolerancia. Y entonces poner otra placa, que también nos haga ver que ese tipo de régimen jamás debe volver al país. (O)