Conocí un ecógrafo que se jactaba de nunca haber fallado al decir si nacería un niño o una niña. El secreto era escribir el sexo contrario al observado en la hoja del examen de ultrasonido de la embarazada, que por ser hospital público no se entregaba a la paciente. Si la señora meses después reclamaba, él revisaba la hoja, mostraba que había escrito el sexo correcto y la nueva madre se iba pensando en cómo pudo haber entendido algo distinto.

Así parece transcurrir la campaña. Encuestadores que modulan sus datos según quien pague, que parecen diseñar estrategias para engañar a electores y a sí mismos. También hay personas que fueron perseguidas por Rafael Correa, pero como aborrecen a Daniel Noboa, encuentran formas de justificar el voto por Luisa González. Algunos dicen que van a votar nulo, pero harán la del ecógrafo por pura vergüenza. Es probable que el voto nulo sea el gran decidor de la segunda vuelta. Veremos campaña dedicada no solo a convencer de que no anulemos el voto, sino empeñada en que “por lo menos” no le demos el voto al autoritario que pueda presidirnos.

El periodista quiteño Martín Pallares tuvo la osadía de proponer estudiar la votación en relación con la geografía del narcotráfico, como se hace en México, Brasil y especialmente Colombia. La reacción no se dejó esperar: un ataque soez y personal al periodista. El feroz alcalde y su obsecuente Concejo –con la honrosa excepción de la concejala Ana Chóez, que escuchó y entendió lo dicho por Pallares– declaró persona non grata al periodista, algo tan ilegítimo como absurdo. Por si fuera poco, el alcalde dijo tener “asco” contra Pallares y Guerrero (un abogado también agredido de la misma forma), rematando la sesión de intimidación a disidentes con la admonición de que “no pisen Guayaquil”, como si la ciudad fuera su propiedad privada. Sin duda, inventar una mentira: “Pallares dice que los votantes correístas son narcos” es una estrategia predecible de campaña y decidora de la pobreza de recursos y de imaginación de sus fabricantes.

Todo porque Pallares tuvo la audacia de pedir a las personas que piensen. Sí, propuso estudiar o pensar en la geografía, en los lugares donde más crímenes y violencia existen, esos sitios donde evidentemente hay gente agredida, mal atendida por el Estado, desilusionada, con poca esperanza de cambio y que tiene comportamientos determinados a la hora de votar con base en esas angustias. Pero esa propuesta es casi tan ajena como pedir que los consultores políticos dejen de pensar al electorado como simple instrumento para llevarlos al poder, casi tan increíble como pedir que los candidatos y sus adláteres lean, y que mediten sobre el significado de las palabras, antes de emitir una condena pública.

Y esto es así porque el discurso político nos presenta un botín de denuncias, proclamas e indignaciones a diario, todas predicadas desde la idea de que los (sus) políticos no yerran. La carta de presentación es ser infalibles. La pregunta no es quién se equivoca menos, sino quién está dispuesto a asumir, después de décadas, y meses, el uno y el otro, la honra del error. (O)