Hace muy pocos días, tuve que quitarme las muelas del juicio. Fue una decisión que venía aplazando por años y que, finalmente, me acorraló. No había escapatoria, tenían que irse.

A regañadientes fui el día de la operación a la clínica dental, donde me comunicaron que, para evitar molestias, me podían sedar con óxido nitroso, también conocido como el ‘gas de la risa’. Por supuesto, acepté. Cualquier cosa para aplacar los efectos de esa intervención.

Empezó el procedimiento y tan pronto inició la sedación, y seguramente como efecto de esta, pensé: “¡estoy aquí por culpa del desarrollo científico!

Déjenme explicar mi reflexión o, quizás, mi delirio.

Las muelas del juicio eran piezas dentales muy útiles para el ser humano hasta hace muy poco, dado que muchas personas perdían dientes a lo largo de su vida. Las muelas del juicio, entonces, actuaban como salvadoras que venían a cubrir desgracias pasadas. Esto era así hasta comienzos del siglo XX, cuando la ciencia empieza a desarrollar mecanismos para cuidar y arreglar nuestra dentadura. Ahí empezó nuestra desgracia con las muelas del juicio, al punto que hoy en día pocas personas pierden dientes durante su vida. Las otrora salvadoras ahora se han convertido en las aguafiestas; en esos invitados que llegan tarde, que no se quieren ir y que amargan al resto. En resumen: la ciencia que salvó mis dientes ¡ahora es la culpable de que deba quitarme otros!

En ese momento empezaron a trabajar en otra muela y mi pensamiento navegó hacia una nueva epifanía o, quizás, también delirio: “¿Cómo es posible que existan personas que sigan creyendo en el diseño inteligente y no acepten la teoría de la evolución?”. Las muelas del juicio son una prueba cotidiana de la teoría de la evolución. En el pasado, aquellos que tenían una muela adicional tuvieron más éxito en alimentarse y, por ende, en reproducirse. En definitiva, la evolución favoreció la existencia de esta muela que salía en una etapa más tardía de la vida para ayudar en la alimentación del homo sapiens. Lamentablemente, ahora, por culpa de la ciencia, no se nos caen los dientes tanto y tenemos que vivir con las consecuencias de la inevitable mala higiene y cuidado oral de nuestros antepasados. Los efectos de la evolución, pensé.

Y es que la evolución no es una teoría en la que se tiene que creer o sobre la que debemos tener fe. La evolución es un hecho incontrovertible, como lo explica Richard Dawkins en su libro The Greatest Show on Earth (2009). En su momento, cuando Darwin lo propuso en su libro On the Origin of the Species (1859), sí fue una teoría. Esta teoría, hoy en día, ha acumulado tanta evidencia que dejó de importar si otros creen o no en ella, es simplemente verdad, sin perjuicio de lo que otros piensen. Como toda teoría tendrá errores y deberá ser perfeccionada por biólogos evolucionarios y genetistas. Pero estos vacíos no invalidan la teoría o, peor aún, nos debe llevar, ahí sí, a ‘creer’ en un diseño inteligente, según lo predicho por William Paley.

En ese momento, el doctor me indica que suspendió la sedación. La operación ha terminado con éxito, pero sólo pudieron sacarme dos muelas. Las dos restantes quedarán para otra ocasión. (O)