Antes de la vacuna contra el COVID-19, la más rápida en ser desarrollada fue la de las paperas: tomó 4 años. Ningún experto en genética, biomanufactura, virología o inmunología pudo prever el escenario al que nos enfrentaríamos a inicios del 2020, pero momentos sin precedentes requieren acciones sin precedentes. La pandemia exigió la elaboración de investigaciones clínicas globales, aceleradas y a gran escala para prevenir y tratar el COVID-19. Según Pam Cheng, vicepresidenta ejecutiva de Operaciones Globales e Informática de AstraZeneca, el tiempo que ha transcurrido desde el inicio de la colaboración entre AstraZeneca y la Universidad de Oxford de mayo del 2020 es aún muy corto, porque “el proceso de desarrollar y fabricar una vacuna tomaría normalmente entre 5 y 8 años” y, en su caso, entregaron el primer lote a los 8 meses.

El mundo logró lo imposible porque teníamos un objetivo común. Cheng indica que el trabajo en las cadenas de suministro fue clave, y con alianzas internacionales se logró un acceso a la vacuna rápido y equitativo para todos los países. Hubo una sintonía total de las regulaciones, industria, ingenieros, científicos, expertos en cadenas de suministro y todas las personas que se centraron en dar su máximo esfuerzo contrarreloj. De igual forma, se reconoció lo mucho que podemos alcanzar a través de la tecnología digital, la innovación y la productividad.

Los expertos involucrados en el desarrollo, fabricación y distribución de las vacunas hoy nos comparten sus aprendizajes aplicables a distintos aspectos de la vida, a la vez que advierten sobre las futuras pandemias que vivirá nuestra generación. Catherine Green, profesora asociada de Dinámica Cromosómica de la Universidad de Oxford, recomienda que debemos hacer una cosa a la vez, debemos enfocarnos en un proyecto claro, sin distracciones, porque simplemente necesitamos que las cosas se hagan bien para avanzar con un siguiente proyecto.

Lo que nos lleva a otro punto: la importancia de la preparación para no comenzar de cero. Los últimos 5 años, los fabricantes de vacunas ya se preparaban para una pandemia con sus propias plataformas tecnológicas. El escenario fue planteado por la Organización Mundial de la Salud al indicar que se ingresaban “agentes patógenos desconocidos” —bajo el nombre Enfermedad X— al listado de enfermedades (zika, SARS, fiebre de Lassa, ébola, etcétera), que requerían de urgente investigación y desarrollo por su potencial de convertirse en epidemias internacionales graves. En el caso de AstraZeneca y Oxford —para el momento del brote— su plataforma ya contaba con datos, ciencia sólida y un equipo preparado que trabajó para la vacuna MERS, un tipo de coronavirus.

Sin las facilidades y sin el acceso a información histórica, la vacuna no hubiera sido una realidad inmediata. En concordancia con Michael E. Porter, la clave de la acción por COVID-19 estuvo en la administración adecuada de las cadenas de suministro, eliminación de burocracias y pasos innecesarios que aseguraron la productividad en cómo debían trabajar. Sí es necesario innovar, sí es posible trabajar masivamente por objetivos comunes para avanzar como humanidad. (O)