Harlem ardía como si hubiese llegado el fin del mundo. La turba destrozaba todo en represalia por nuevos crímenes raciales de los supremacistas del Ku Klux Klan. Un ciudadano asiático escribió un letrero con la frase “Chinito también de colol” y lo puso en el frontis de su tienda. Estrategia disuasiva que reflejaba empatía con los afroamericanos y les permitía a él y su negocio salir intactos del “huracán”. Así lo relata en su biografía Malcolm X (activista de los derechos civiles y protagonista de la lucha racial en los convulsos años sesenta).

Hoy el mundo sigue tan violento, desordenado, irracional, con problemáticas complejas más allá de lo étnico, social, geopolítico, en una economía global que depreda todo, exprime al individuo, lo arrastra al dolor, la angustia, la locura. La pugna entre potencias por el dominio enfrenta lo hegemónico y lo contrahegemónico, lo unipolar versus lo multipolar, y conduce a la humanidad hacia un posible cataclismo nuclear, después de pasar 3 años librando cruzadas para supuestamente salvar al mundo del exterminio sanitario.

Paralelamente, políticas económicas equivocadas de varios Gobiernos regionales —desconectados de sus mandantes— decantan en crisis generalizada, corrupción, ingobernabilidad, migraciones forzadas, discriminación, xenofobia y racismo, desempleo, inseguridad. Provocan inestabilidad y convulsiones sociales, frenan el desarrollo, conducen ricos países a la miseria y configuran democracias cada vez más endebles, polarizadas, explosivas. La pandemia del COVID-19 dejó muchas secuelas de salud mental en la población; el desamparo estatal y la crisis internacional la agravan y generan más desconcierto.

En pleno conflicto Rusia-Ucrania-OTAN y el terremoto de Turquía, aparecen oleadas de ovnis (objetos voladores no identificados). El inconsciente colectivo los relaciona con tecnología extraterrestre usada por las potencias para demostrar capacidad bélica, el Blue Beam, la tribulación, falsos profetas mandando las señales engañosas advertidas en Mateo 24, distractores del accidente radiactivo de Ohio, alienígenas enviados a detener la autodestrucción ante un posible conflicto nuclear o para arrasar con todo vestigio de estupidez humana. Voces pesimistas a una solución racional aconsejan acopiar yodo, productos enlatados, agua; tener un plan escapatorio a los polos, las montañas, en ese instinto de supervivencia como en el Harlem de los sesenta; en un ‘sálvese quien pueda’ donde difícilmente pueda salvarse alguien.

El pueblo se siente traicionado por el Gobierno que eligió y juró protegerlo, que desatiende sus necesidades vitales, lo priva del derecho a salud, educación, empleo, seguridad social, de una vida digna; donde pocos gozan de privilegios y la mayoría son echados a su suerte. En caso de “arder Troya”, como muchos vaticinan, sin tener en quién ampararnos, no sonaría descabellado empatizar estratégicamente con los “exaltados” —vengan del páramo u otra galaxia—, y que cada quien escriba su letrero grande y legible. Ya tengo listo el mío. Quizá nos resulte como al ciudadano chino. (O)