La Conaie auspicia un video con imágenes del levantamiento indígena de 1990: https://bit.ly/3HC3jb0. Es un documento que muestra muchas diferencias a lo que hoy vemos en medios y redes sociales del paro nacional. En el de hace 32 años no aparecen nombres, hay muchos cantos, ponchos, sombreros y alpargatas; casi no hay niños y si bien al igual que hoy la mayoría son hombres, hay algunas mujeres hablando frente a cámaras y micrófonos.

A nadie le interesa que aprendamos a convivir, que nos eduquemos para ser mejores ecuatorianos...

Los 23 puntos impulsados en ese entonces incluían mejorar el acceso al agua y riego, solución a 72 conflictos de tierras, expulsión del Instituto Lingüístico de Verano –luego de ser sacados se descubrirían las atrocidades que hicieron impunemente– recursos para educación, reconocimiento de justicia y más creencias de la cultura indígena, ayuda en comercialización de productos y otros temas que claramente agudizan la inequidad y discriminación de sus comunidades. El expresidente Borja caminó a San Francisco al final de la primera semana para dialogar con los presentes pactando que no haya violencia desde las fuerzas del Estado ni de la protesta social. Luego de 15 días terminó el levantamiento con varios acuerdos además de los anotados: la educación bilingüe e interculturalidad, que en apenas dos años consiguió más de 1.800 planteles; el reconocimiento de la Conaie, la aceptación de la plurinacionalidad del Estado, que sería votada en la Constitución del 98.

La toma de carreteras, plazas, doce haciendas y hasta el Congreso tuvo momentos duros, un indígena murió por una bala perdida en forcejeo con un militar. Aprendimos sus cantos: “El indio unido, jamás será vencido” o “El 24 de mayo, carajo, Nos cambiaron de patrones, carajo. Desde entonces son los gringos, carajo, Que nos roban el petróleo, carajo. Ahora también son los chinos, carajo, Que nos roban nuestro oro, carajo.”

Terminó el levantamiento y la mayoría del país respetaba más a los indígenas. Los habíamos visto organizados para reclamar lo justo, era posible imaginar una integración más allá de la tolerancia. Desde entonces, la oportunidad de aprender se ha desperdiciado. Peor luego de octubre 2019, que aumenta la distancia. Las divisiones del movimiento indígena ya no son solo por religiones y necesidades locales, se suma la corrupción y demagogia de muchos de sus líderes. No entendemos la violencia contra personas –pegarles o ‘darles piedra’–, sus bienes, los robos, secuestros, suspender servicios, romper tubos de agua potable, desperdiciar alimentos –llegan a botar leche–, la maldad al impedir que enfermos se movilicen para ser atendidos, el destrozo de los bienes de todos como los árboles, plazas y carreteras. La rabia de muchos manifestantes no alcanza a disfrazarse con la repetición de que son infiltrados o con el romántico y paternalista apoyo de progres miopes en busca de causas y culpas.

Hoy estamos tristes, avergonzados. No nos entendemos. A nadie le interesa que aprendamos a convivir, que nos eduquemos para ser mejores ecuatorianos al menos con respeto –a falta de cariño– al otro, a la diversidad que nos podría enriquecer tanto. Y los dirigentes, todos ellos políticos de porquería se regocijan del problema, ganan protagonismo en su fracaso. (O)