Este año hubo elecciones generales en el Perú. El calendario electoral establecía el 11 de abril para la primera vuelta y el 6 de junio para la segunda, en caso de haber balotaje. Lo peculiar de esta elección no fue la cantidad de candidatos sino lo disperso que estuvo el voto en la primera vuelta. El que más sacó no llegó al 19 % y lo seguían –parejitos– cuatro candidatos entre el 13 % y el 9 %. Los demás, más abajo, pero no crea que tanto. La segunda vuelta se dirimió entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori. En el conteo oficial, la diferencia entre uno y otro fue de 26 centésimas de un punto porcentual (44.263 votos). Un empate técnico en toda regla.

Un país se vuelve ingobernable con una división marcada entre dos modelos tan opuestos. De hecho, el Perú viene de crisis en crisis hace unos años y todo parece indicar que la arremetida populista de Castillo en los primeros días de su gobierno va a prolongar esa sucesión de crisis. Lo mismo está ocurriendo en otro países de nuestra América por la misma razón. La Argentina no parece lejana a una crisis por el estilo si seguimos mitad y mitad a ambos lados de una grieta que parece cada día más ancha y más profunda.

Uno pensaría que precisamente por esa igualdad entre las dos partes debería ser más respetada la opinión contraria. Pero no, porque al ser tan ajustada la diferencia, nadie se siente minoría. Lo curioso es que el objetivo de las segundas vueltas electorales es justamente legitimar con una mayoría contundente a uno de los candidatos, aunque en el Perú les está saliendo el tiro por la culata... y no solo en el Perú, donde el nuevo presidente se apura a poner por obra un modelo contrario a las ideas de la mitad de la población.

Es imposible gobernar un país cuando no están claras las mayorías y las minorías, y la solución de esa paridad no es ahondar la grieta, porque está comprobado en la historia que cuando se radicalizan las ideologías, las grietas se vuelven trincheras... Es que a poco de andar por ese camino, los que tienen poder de uno y otro lado descubren que el modo más eficaz para conseguir que todos pensemos igual es terminar drásticamente con los que piensan distinto. Quizá le parezca muy tremendo este planteo, pero le aseguro que si seguimos por esta vía, nuestra América se verá envuelta en un conflicto armado de esos que nadie se explica cómo empiezan y mucho menos cómo terminan.

Es el momento de plantearse el sistema parlamentario, que considero mucho más adecuado a nuestras repúblicas sudamericanas. Si no ha visto la serie Borgen, en Netflix, se lo aconsejo vivamente. Es un reportaje en profundidad al modelo parlamentario, producido por la televisión dinamarquesa. El parlamentarismo es el sistema instaurado por los ingleses desde 1688, que permite arreglar todas las diferencias y formar un gobierno proporcional al disenso de los propios ciudadanos.

Chile puede ser el primer país que se lo plantee en serio en su asamblea constituyente que acaba de ponerse a trabajar. Ojalá sea el puntapié inicial del parlamentarismo en nuestra América. (O)