Entre el caos institucional y la conducta de los políticos se presenta claramente el dilema del huevo y la gallina. El acertijo deja de ser un juego y se vuelve problemático cuando se busca una solución. Comenzar por la reforma de las instituciones o por las conductas de las personas es la dicotomía que se plantea cada cierto tiempo. En nuestro caso, ese cierto tiempo se transforma en un siempre, porque ninguna solución resulta duradera. A la vuelta de la esquina echamos la culpa a los gobernantes –que son quienes generalmente encabezan las reformas– e insistimos en el juego del cambio permanente. Veinte o veintiuna constituciones, dependiendo cómo se las cuente, son la mejor expresión de ese Sísifo colectivo que somos desde nuestra conformación como país.

Después de tanto experimentar con medidas que fracasan en cuanto se ponen en práctica, cabría preguntarse si el problema está en estas o si partimos de un diagnóstico equivocado. Consideramos que todo se origina en el mal diseño de las instituciones o en su funcionamiento defectuoso y nos desentendemos de los seres vivos que están dentro y detrás de ellas. Ahora mismo, hay una corriente muy fuerte que propone reducir el número de legisladores, esperando que de esa manera disminuya la mediocridad que predomina en la Asamblea. Por simple aritmética se puede deducir que la proporción de incapaces seguirá siendo la misma, con el agravante de que el voto de cada uno de ellos pesará más (basta ver lo que sucede en el CPCCS, conformado solo por siete personas, en que el bamboleo de una sola determina los cambios de mayorías y minorías). Lo mismo se puede decir de propuestas como la bicameralidad o la elección de legisladores en la segunda vuelta. Si la política se sigue guiando por el marketing y por el arrastre de caudillos, mantendremos como representantes a futbolistas, talentos de televisión, charlatanes, pandilleros y toda la fauna que conocemos.

Consideramos que todo se origina en el mal diseño de las instituciones o en su funcionamiento defectuoso y nos desentendemos de los seres vivos que están dentro y detrás de ellas.

Quizás es hora de aceptar que el problema no está principalmente en las instituciones, sino en las conductas de nuestros representantes, pero sobre todo en la nuestra. No nos hacemos responsables de la decisión que tomamos. No aprendemos de la experiencia propia y en cada elección repetimos el error. Un caso contrario, muy ilustrativo, es lo que acaba de suceder en Chile, donde la enorme mayoría de los votantes rectificaron la equivocación que habían cometido al elegir a los constituyentes y negaron el bodrio que produjeron esos malos aprendices. Acá aprobamos un mamotreto similar, volvimos a elegir a sus autores y a su jefe le dimos el poder más ilimitado que ha tenido un mandatario en la historia reciente.

Trabajo conjunto entre FF. AA. y Policía y extradición de ecuatorianos relacionados con el crimen organizado, entre los temas de la consulta popular de Lasso

Nuevamente, el huevo o la gallina. La muletilla sostiene que el cambio debe comenzar por la educación. Pero la realidad responde que eso toma al menos una década y media. Para acortar los tiempos hay que hacer reformas que incidan directamente en el comportamiento de las personas, tanto de los políticos como de los votantes. Por ejemplo, que en las elecciones legislativas y presidenciales solo puedan participar partidos nacionales que obligatoriamente tengan escuelas permanentes de cuadros y que los candidatos cuenten por lo menos con dos años de afiliación. Se haría menos pesada la piedra del Sísifo andino-tropical. (O)